El sol dominaba los cielos y hacía justicia con las criaturas más débiles que a su vez era protegidas por una sueva brisa que se interponía ante su martillo de sentencia. El sudor resbalaba por mi frente mientras intentaba mantenerme impasible a las inclemencias del tiempo a la vez que intentaba mantenerme en sintonía con todo lo que me rodeaba. Poco a poco mi mente fue concentrándose. Sentía cómo lograba canalizar la fuerza de la naturaleza a mis manos y me preparaba, de nuevo, para manifestar todo este poder a través de una descarga que fulminara a mis enemigos. Finalmente, el aire comenzó a tornarse liviano entorno a mis brazos mientras la temperatura aumentaba. Unas chispas comenzaron a brotar de las palmas de mis manos a la vez que gritaba:
- ¡Tormenta, tierra, fuego... atended mi llamada!
Una efímera lucecita apareció, aunque fue suficiente para encender la llama de la paciencia de Bancuro.
- Muchacho, llevamos aquí ya varios días -suspiró Bancuro con resignación-. Empiezo a pensar que no tienes talento alguno para el combate.
- Esto no es tan fácil -refunfuñé-. Y le recuerdo que fue usted quien insistió en que debía entrenarme en las artes chamánisticas.
- En fin -replicó el tauren-, no desesperes Senkyoshi. Creo que tengo una idea para adelantar un poco en el entrenamiento. Conozco un peletero en Cima del Trueno que podría crearte algunos ropajes más adecuados para tu entrenamiento.
- No creo que esto sea una simple cuestión de vestiditos -dije con recelo-. Lo justo sería entrenarme en unas artes que realmente se adecuen a mis capacidades.
- Ten fe, Senkyoshi -aseveró Bancuro-. Regresaré dentro de unas horas. Mientras tanto, prosigue con tu entrenamiento, por favor.
El tauren guerrero montó en su kodo y se alejó hacia la elevada Cima del Trueno. Mientras, proseguí con mi entrenamiento con cada vez menor convicción, casi plenamente convencido de que aquel accidente de Los Baldíos se debió más a alguna fatalidad cósmica que realmente a mi poder latente.
El sol seguía ajusticiando y la brisa ya no cubría mi cuerpo. Ojalá Bancuro volviera antes de recibir sentencia.
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Era mediodía pero el valle estaba bañado por un resplandor más propio de las noches de luna llena. Los pozos lunares de la zona emitían una tenue luz argenta que se infiltraba por cada recoveco de la frondosa arboleda que poblaba Vallefresno. Esa misma luz significaba peligro para un no-muerto ya que era señal de estar adentrándose en terreno de elfos de la noche, una raza no muy amistosa de los Renegados. Por si fuera poco, Keldar se debía más a su misión actual de investigar a los demonios de la zona. Desde luego, podía esperar cualquier cosa menos una cálida bienvenida.
A pesar de que era un asunto que se recomendaba zanjar prontamente, antes de que pudiera aparecer un nuevo brote de corrupción que amenazara a la Horda, la sensatez de Keldar le recomendó preparar con tiento su aventura. Antes de entrar en Vallefresno, Keldar dedicó un par de días en el puesto fronterizo para conocer todos los informes de inteligencia diponibles, adelantarse a tods los movimientos de los elfos de la noche y asegurarse que se iba a mantener una vía de comunicación con la capital en todo momento. Toda precaución era poca ya que el enemigo no tenía rostro, pero su silueta era la de la legión ardiente y eso era un rival que no admitía desprecio alguno.
La lenta marcha de Keldar a través de Vallefresno le obligaba a prestar atención a cada detalle por mínimamente sospechoso que pareciera. Incluso se vió en la necesidad de matar a muchas de las especies locales para comprobar si la corrupción se había cebado en ellas o, por contra, habían tenido una prematura pero limpia muerte.
Tras varios días de camino por el bosque, Keldar se hallaba ante un sendero que conducía a la tumba de Grom, reconocido héroe de la Horda que dió su vida por la libertad de los orcos frente a la Legión Ardiente. El brujo inició un ritual de invocación. Fuerzas sombrías comenzaron a concentrarse a su alrededor mientras la realidad se fracturaba. La fractura comeenzó a crecer alimentada por el poder de las sombras hasta ser una brecha suficiente para que criaturas de otros mundos llegaran al nuestro. Del portal emergió un manáfago, una de las criaturas demoníacas a las órdenes del no-muerto.
El manáfago era una criatura que ciertamente resultaría repulsivo a los ojos de cualquiera que no estuviera acostumbrado a la peligrosa compañía de demonios. Dos especies de antenas emergían de su cabeza y captaban todas las energías mágicas que se extendían a kilómetros mientras que con su boca podía devorar toda esta energía. Con la ayuda de esta peculiar criatura, Keldar comenzó a rastrear las energías demoníacas concentradas en la zona.
Pronto, Keldar se adentró en un angosto cañón que se cerraba a cada paso que daba. El aire era denso y emanaba un extraño olor a podredumbre. La brisa siempre provenía de las yermas tierras de la tumba de Grom, como una fuente imperecedera con la voluntad de devorar las arboleda de los elfos de la noche. "El mal es inmortal y se alimenta del bien", pensó Keldar.
De repente, Keldar se sintió extrañamente incómodo. Su presentimiento se vio reforzado por una piedrecitas que cayeron desde la parte elevada del cañón. Keldar posó su vista en la lejanía y creyó atisbar lo que era una figura humana.
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- Bueno... pues con esto ya estás listo -dijo Bancuro con convicción.
- Resultan... cómo decirlo... algo inadecuados estos ropajes -respondí sin saber muy bien qué decir.
No estaba muy convencido de qué sentido tenía el haberme emperifollado de semejante manera y mucho menos de que estas vestiduras fueran a mejorar en modo alguno mis habilidades. Sin mucha convicción repetí por enésima vez el proceso de convocar una descarga de relámpagos. Una leve chispa surgió de mis manos y una gran decepción se adueñó del ambiente.
- Con tanto esmero que ponéis en esta empresa no me ha de extrañar que obtengáis tan pobres resultados -me recriminó Bancuro.
- Lo que no entiendo es como seguimos perdiendo aquí el tiempo -salté a replicar-, mientras Keldar se enfrenta a los demonios él sólo. Esto es una total pérdida de tiempo, estáis empeñados en ver en mí unos poderes que no poseo y malgastando un tiempo que no poseemos.
- De acuero, entiendo tu punto de vista -dijo bancuro ante mi sorpresa-. Me marcho pues a ayudar a Keldar en Vallefresno. Disfruta de tu estancia en Mulgore, porque no permitiré que un enclenque me ponga en peligro en mi misión.
- En fin... tampoco hace falta que seais tan tajante -afirmé con resquemor-. Seguiré este entrenamiento.
- Y más os vale que pongáis más empeño, pues no os falta razón en que el tiempo corre en nuestra contra. Hacedme caso -cambió a un tono más condesceniente-, he visto a muchos guerreros y sé que vosotros seréis un buen chamán.
Y el tiempo continuó pasando a nuestra contra mientra mi entrenamiento continuaba infructuoso. La noche había llegado y el plenilunio me concedía una prórroga.
(continuará...)
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