domingo, 15 de febrero de 2009

La calma que precede a la tempestad

¡Saludos Oradores!

El bocata parecía bastante apetitoso. El pan era crujiente y recien horneado. Poco negativo cabría decir de la masa, ya que las praderas de Mulgore aseguraban un trigo de excelente calidad. En su interior había varias lonchas de suculento cerdo. El cerdo era muy jugoso y había sido cocinado con adobos y mucho mimo. Para terminar de aderezar el glorioso tentempié, la carne estaba empapada en salsa de flor de paz y recubierta de finas láminas de fresta hojaplata. Cada bocado valía la pena degustarlo con admiración y así creyó conveniente Bancuro, que a cada nuevo mordisco creía estar más cerca del paraíso.

Al fin y al cabo, el haberse encargado del entrenamiento de un nuevo guerrero para la horda no tenía que ser tan malo. El bravo guerrero estaba gozando de unos días de paz en su tierra natal, aunque siempre con cierta aflicción en su corazón y sus sueños que le recordaban a cada segundo que esa paz se veía amenaza desde el lejano Vallefresno. Así pues, no sin antes asegurarse de que no dejaba miga alguna por degustar, se apresuró a terminar de preparar su kodo para el viaje. El tauren no estaba plenamente convencido de que Senkyoshi estuviera listo para partir a la aventura, pero cuatro día era más del tiempo que se podía permitir.

El novato chamán seguía sin descanso su entrenamiento en las praderas de Mulgore. Desde que adquirió esos ropajes su poder había aumentado notablemente. Los espaldares, aunque toscos en su diseño, le facilitaban sintonizar con los elementos y recoger su fuerza. La poca fe que inicialmente depositó Senkyoshi en ese atuendo se tornó en una gran confianza cuando poco a poco se dió cuenta de que sí posía capacidades chamanísticas. Ciertamente los progresos de las últimas 24 horas habían sido grandes, aunque insuficientes ante el poder de la Legión Ardiente.

Bancuro entregó a la milicia de Cima del Trueno un informe detallado sobre la misión que iba a acometer en Vallefresno y cerró todos los cabos que pudo antes de partir. No le gustaba nada embarcarse en una aventura sin haber arreglado previamente todos sus asuntos. Era difícil saber cuál sería la última vez que regresaba a su hogar en un mundo tan hostil. Tras la aprobación pertinente, montó en su kodo y se dirigió presto hacia el colosal elevador que comunicaba las praderas de Mulgore con la elevada ciudad tauren de Cima del Trueno.

La noche anterior había mandado a Senkyoshi a pelear con un asentamiento de kobolds, una especie de ratas humanoides con una febril obsesión con la minería y el pillaje. Eran una raza despreciable que no conocía hogar alguno, pues hasta las piedras los repudiaban, pero aún así se extendían por el mundo como una infección. Sin embargo, no dejaban de ser una alimaña, muy débiles para suponer problema alguno para el chamán incluso aunque éste fuera apenas iniciado. De modo que sin remordimiento alguno, Bancuro acudió a recoger a Senkyoshi para partir de una vez y sin más demora al encuentro de Keldar en los bosques del norte.


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La investigación de la zona estaba resultando más compleja de lo esperado. El no-muerto no esperaba encontrarse con un problema así. Al parecer, Mannoroth no era el único demonío que había enraizado su corrupción en ese bosque. Aunque prácticamente inofensiva, existía una corrupción que había envenenado la sangre de los elfos de la noche hasta convertirlos en sátiros, unos diablillos muy evolucionados, aunque tan débiles como aquellos elfos que fueron incapaces de resistir la perdición de la sangre.

A Keldar esto le pareció en primera instancia un hecho a anotar, ya que sólo conocía de orcos y trolls como criaturas infectas por los demonios, aunque en el caso de los sátiros el resultado de la corrupción era mucho menos aterrador, casi irrisorio, aunque en gran número siempre podían ser una amenaza, por lo que mejor sería andar midiendo cada paso.

Al margen de esto, lo peor de todo es que la tarea de examinar cada muestra de corrupción exigía un esfuerzo mucho mayor de habilidades y tiempo. Esto obligó a retrasar los planes del brujo, que decidió acampar la primera noche lejos de aquella garganta demoníaca que conducía a la tumba de Grom, a la espera sobretodo de recibir prontas noticias desde Mulgore.

Por momentos, Keldar tenía casi decidido acudir al asentamiento local de la Horda a reposar. Sospechaba ser observado de cerca por algo o alguien. Incluso podía sentir el aliento del enemigo en la nuca, o una especie de sensación igual de desagradable. Sabía de entrada que el territorio iba a ser muy hostil, pero esa sobra de traición y vileza superaba sus expectativas. Aún así, su deber estaba por encima de todo aquello y sabía que refugiarse en el campamento de la Horda iba a suponer la pérdida de horas de trabajo necesario, horas que de otro modo estarían corriendo en favor de su enemigo sin rostro.

En cualquier caso, valía la pena ser precavido, de modo que el no-muerto convocó a otra de sur criaturas infernales para que custodiara el campamento durante la noche. Se trataba de una sucubo, que más bien sería descrita entre los no afines a las artes oscuras como la novia del mal. La sucubo era una diablesa sádica y perversa, al menos si no estuviera bajo las órdenes del brujo. Dos largos cuernos de ébano coronaban su cabeza, mientras su figura recordaba a la de una humana, aunque no su tez, pálida como la luna. Sin embargo, su característica más importante era su fusta capaz de quebrar el hierro y la razón. Con ella en vigilia, poco había que temer.

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Me encontraba bastante cansado. La pelea no había sido especialmente dura y lo cierto es que aquellas criaturas mineras eran bastante endebles, pero me había prometido derrotarlas usando sólo mi poder elemental, lo que había agotado por completo mi resistencia. Me dolía todo el cuerpo de la extenuación, aunque era un dolor más bien reconfortante, un dolor provocado por el éxito y el esfuerzo y no por algún hueso quebrado.

En cualquier otra época, la milicia de Cima del Trueno habría dado buena cuenta de aquél asentamiento de bandidos, pero en tiempos difíciles como aquellos el trabajo desbordaba y mequetrefes de esa calaña poca atención recibían. Eso significaba, no obstante, una era de bonanza para los aventureros en busca de gloria y fortuna que veían como las aldeas se volcaban en ellos como única esperanza para restablecer la paz en su peculiar jungla. Thrall, nuestro Jefe de Guerra, era muy consciente de esto y no reparaba medios para premiar y financiar a los buenos y generosos aventureros, aunque como todo, no eran pocos los que se aprovechaban del respaldo de la Horda para saquear pueblos humanos y asesinar a viajeros inocentes a diestro y siniestro, muchas veces por simple diversión.

Bancuro ya se acercaba, lo que significaba que ya no me quedaba tiempo para descansar y que era el momento de poner rumbo a Vallefresno. Habían sido unos días duros, pero estaba tremendamente satisfecho de haber sintonizado con los elementos. Sentía el despertar de mis poderes de chamán y sabía que eso era sólo el principío. Quizá con el tiempo podría servir a la Horda como un gran guerrero y que mi arma no vacilara nunca más ante el enemigo.

Pero lo principal ahora era acabar con la fuente de corrupción. Keldar esperaba, mi gente esperaba, mi sed de justicia arrastraba mis actos.

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