miércoles, 8 de julio de 2009

Desaparecida

¡Saludos Oradores!

El sudor recorría mi frente mientras el tórrido día nublaba la visión del horizonte convirtiéndola en una desdibujada conjunción de montañas y vegetación aislada. El frondoso y cerrado Vallefresno se había abierto hasta descubrirnos de nuevo los duros territorios de Los Baldíos. La persecución de Naan se estaba prolongando durante muchas horas y el mediodía había llegado para imponer su presencia en los cielos. Sin embargo, no había rastro alguno de la pícara, tan sólo las vagas indicaciones que los guardias fronterizos habían dado y el constante sonido de las monturas galopando, al compás que marcan el ritmo del corazón de Keldar que comenzaba a elevarse a cotas en exceso frenéticas para los que habitan este mundo.

- Deberíamos para en El Cruce -inferí a Bancuro-, no creo que Keldar pueda aguantar mucho más. Necesita ayuda médica urgente.
- No... -se apresuró el brujo a rebatir- Debemos pro... seguir la bús... queda...
- Creo que tienes razón Senkyoshi -añadió Bancuro en mi defensa-. Si no paramos pronto, no contaremos con este no-muerto para hacer frente a esta amenaza.
- Necio... -intentó zanjar Keldar- mi vi... da no significa nada com... parado con... otra nue... va guerra...

El brujo palidecía cada vez más para articular cada nueva palabra. Su rostro se retorcía del dolor del veneno de la daga de Naan. Evidentemente, la astuta humana sabía que aunque no lograra arrebatar la vida de Keldar, lo convertiría en un lastre a la hora de darle caza. Y evidentemente así había sido ya que las indicaciones de los guardias que nos cruzábamos por el camino se habían tornado totalmente estériles. Es por ello que Bancuro obvió la petición del enviado de Entrañas y decidió imponer su juicio.

- Amigo brujo, tu vida y tus conocimientos sobre la verdad de lo que aquí acontece pueden tener un valor mucho mayor que el que queréis reconocer. Lo quieras o no, tendremos que descansar.

Aunque estábamos frustrados por no haber podido dar fin a la pesadilla, éramos conscientes de que en esos momentos lo más juicioso iba a ser dar reposo a nuestro compañero. Con la ayuda de las buenas artes mágicas de Oniris se pudo extraer el veneno del cuerpo de Keldar. Pese a las largas horas que había tenido que soportar la corrupción de ese veneno en sus arterias, el brujo se recuperaba a buen ritmo. Oniris explicó que era un veneno de parálisis, pero que la extraordinaria constitución del compañero de Entrañas había impedido que la toxina afectara a órganos vitales. Para mí era digno de admiración. Antes de emprender mi aventura, jamás pensé que un no-muerto tuviera tal resistencia. Para mí no eran más que una frágil maraña de huesos y pieles que a duras penas se mantenían de una pieza, pero estaba en un error y, por lo que afectaba a la salud de mi amigo, me alegraba enormemente.

Bancuro recibió con satisfacción la mejoría de Keldar. Como campeón de la Horda ya había tenido que soportar la muerte de muchos compañeros de armas. Había visto como la luz de la vida expiraba de grandes guerreros entre sus manos. Pero nunca se puede acostumbrar uno a la muerte y al gran pesar que atormentaba al espíritu de un tauren cuando la vida cede ante la violencia irracional y egoísta de la guerra. De esta manera, con los ánimos ligeramente renovados tras el fracaso de la mañana, aprovechó el tiempo de recuperación del no-muerto para ver si era capaz de recuperar alguna pista fiable de Naan.

Con la llegada del nuevo día Bancuro expuso sus conclusiones ante un convaleciente Keldar y ante mí. Keldar se había recuperado de forma casi milagrosa aunque de vez en cuando tenía ciertos ataques de tos seca, pese a que para los que habían cargado con él desde Vallefresno les parecía buenos síntomas de salud. El guerrero tauren había podido averiguar poco, pero de gran utilidad. Los Baldíos tenían cinco fronteras y todas ellas estaban bien vigiladas por la Horda. Ninguno de los guardas había visto pasar a nadie por los puestos. Era difícil pensar que se hubiera escabullido en su montura y menos plausible, si cabe, que se hubiera adentrado en zonas salvajes del continente a pie, aunque por la inteligencia estaba alertada y rastreando las áreas fronterizas. Además, Bancuro había llegado a la más que probable conclusión de que no tenía lugar donde esconderse y operar en Los Baldíos, ya que los riesgos de urdir semejante plan en tierra de la Horda eran enormes.

Así pues habíamos llegado a la siguiente conclusión. Era muy posible que Naan siguiera todavía en Los Baldíos, pero también que necesitaba abandonar esa zona rápidamente. Y sólo había un sitio en el que pudiera escabullirse antes de que tuviéramos tiempo para reaccionar para borrar todo rastro definitivamente: el puerto de Trinquete.

Dicho y hecho. No esperamos mucho más y Keldar tuvo que forzar un poco su recuperación para que partiéramos de inmediato a Trinquete. El puerto era una zona que la Horda había cedido al cártel goblin para que expandieran sus negocios por la región. El acuerdo era muy provechoso ya que el comercio y los ingresos que generaba el tráfico portuario eran considerables y servían de apoyo a las aún incipientes comunicaciones marítimas entre continentes. Pero también tenía sus inconvenientes. Trinquete era foco de numerosos piratas y contrabandistas que aprovechaban la laxa vigilancia goblin. Además, en una época belicosa como lo era aquella (y todas en este mundo de bestiajos) no era muy cómodo un lugar enclavado en los territorios propios que no controlaran las fuerzas de la Horda. En cualquier caso, cada segundo era vital y si embarcaba hacia el otro continente nuestras posibilidades de cazarla mermarían drásticamente, así que era el momento de imponer un poco de ley orca entre los goblins.

jueves, 12 de marzo de 2009

Emboscada

¡Saludos Oradores!

Tras largas horas de trabajo Keldar había llegado a una clara conclusión: la sangre era de un señor del foso, pero no de Mannoroth. Esta revelación perfilaba un turbio paisaje en la mente del brujo que no sabía muy bien cómo interpretarla. Desde luego era un alivio saber que Mannoroth no podía volver de los infiernos, pero no era alivio saber que otro brutal cacique demoníaco acechaba las tierras de Kalimdor y amenazaba toda la vida.

Sin embargo, Keldar era consciente de que algo no encajaba para nada. La llegada a nuestro mundo de un señor del foso no es algo que se pueda hacer sin levantar cierto revuelo. No se trata de beleño a través del oído sino que las gentes de Kalimdor en su totalidad se envolverían en una vorágine de odio y destrucción. Ocultar algo así requiere de mucho ingenio y el brujo no lograba entender cómo alguien se las habría ingeniado para urdir tal hazaña, pero esas pesquisas iban más allá de sus tareas en Vallefresno.

Con el trabajo cumplido, el enviado de Entrañas creyó conveniente retirarse al fin al asentamiento local de la Horda. Probablemente se encontraría allí con sus compañeros Bancuro y Senkyoshi y les podría poner al día de sus descubrimientos. Además, no le hubiera costado mucho reconocer que estaba deseando salir ya de aquel lugar tan amenazador y que durante días había alertado sus sentidos como si le atacaran cuchillas afilada.

Conforme se alejaba de la tumba impía, veía como el lúgubre paisaje se bañaba por la luz argentea de Vallefresno. Ya podía vislumbrar el final de aquel angosto cañón de rocas infernales que por poco no representaba más la boca de una cueva. Justo antes de atravesar ese punto, Keldar pudo oír un pequeño desprendimiento que provenía de lo alto de la ladera. Alertado, el brujo quiso girarse para comprobar que podía ser, pero cayó inconsciente antes siquiera de ver a su atacante.


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Bancuro y yo cabalgábamos prestos a través de Vallefresno. Éramos conscientes de que quizá nos habíamos demorado en exceso, por lo que avanzamos sin tomar ninguna precaución ante una posible emboscada de los elfos, confiados quizá en que no osarían abrir un conflicto en su propio suelo frente a la Horda. Los fuertes contrastes de luz y sombra me dificultaban bastante la visión. Sumado a la velocidad de la montura, conformaba un estereograma de inquietantes siluetas que parecían amenazar nuestra marcha. Lejos de preocuparse por el entorno, Bancuro parecía más determinado a reunirse con Keldar.

Decidí dejar de preocuparme tanto por mi imaginación y centrarme más en seguir el fuerte ritmo que mi compañero guerrero había impreso en su montura. Sin embargo, poco antes de alcanzar la tumba de Grom, Bancuro se detuvo en seco y me susurro levemente: "prepárate, nos observan".


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Keldar fue rápidamente despertado de su sopor mediante una certera puñalada en el costado. Instintivamente puso tierra de por medio frente a su rival al penetrar en su mente con un poderoso hechizo que obligó a su atacante a huir aterrorizado. El brujo aprovechó esos preciados segundos para reaccionar y prepararse. Por desgracia, la herida que le habían provocado estaba envenenada y su vista comenzó a nublarse, lo que le dejaba muy pocas cartas en la mano para contratacar.

Lo primero que hizo fue analizar a su rival. No era otra cosas sino una humana que, a juzgar por su repentino ataque, habría sido instruida en las artes del sigilo y el asesinato de los pícaros. Llevaba una melena corta, lisa y rojiza que dejaba despejado su rostro. Sus ojos mostraban ira y crueldad. Si bien la segunda era una cualidad común entre los pícaros, no la primera, por lo que supo que era un rival poco habitual. En sus manos empuñaba dos finas dagas de las que goteaba un denso y viscoso veneno. Además, iba vestida con un ajustado traje de cuero pensado para no estorbar sus certeros golpes.

De repente, la humana se envolvió en un halo de oscuridad que repelió el ataque psíquico de Keldar. Esta repentina contramedida sorprendió al no-muerto que apenas había tenido un par de segundos para prepararse. Contemplando como su oponente se acercaba a él salvajemente no tuvo otra cosa que hacer que musitar para sí mismo: "tengo pocas opciones".


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Una docena o quizá más. Ese era el número de las criaturas diabólicas que habían bloqueado tanto el avance al cañón como la vía de escape. A juzgar por sus rasgos principales, era sátiros. Francamente me hayaba aterrorizado, pues hasta ahora había luchado con bestias de este mundo y aquellos horrores escapaban a la comprensión de mi mente. Afortunadamente, Bancuro mantenía una actitud firme y decidida y al contemplar al campeón de la Horda supe que no podíamos perder y decidí entregarme en el combate.

Bancuro estaba algo extrañado de esa emboscada. Si bien los sátiros no eran unas alimañas cualquiera, su capacidad ofensiva era escasa como para tejer esa estrategia. Sin embargo, lo que realmente escamaba al guerrero era qué hacían allí. Los sátiros eran criaturas muy territoriales y casi nunca se las había visto lejos de sus santuarios demoníacos que guadaban con recelo. Una maniobra hostil como aquella era sinónimo de que algo peor estaba detrás, lo que convenció a Bancuro de que su compañero brujo corría peligro si no se apresuraban.

- Senkyoshi, esto va a ser muy rápido -dijo el tauren-, si no quieres morir será mejor que pongas en práctica tu magia porque no te estaré cuidando como a un bebé.
- No se preocupe, estoy preparado -respondí casi obligado ante el arrojo de Bancuro.

Antes de que los sátiros pudieran dar el primer paso, lancé un potente choque de energía de naturaleza contra uno de ellos, que cayó fulminado en el acto. Comprobar en combate real el gran alcance de mis nuevos poderes me acababa de dar la confianza necesaria para borrar mis miedos iniciales. Tras el chispazo, Bancuro lanzó un desgarrador grito de batalla y se abalanzó contra los sátiros.

Cada movimiento de su portentosa arma era una vida demoníaca que segaba. Los sátiros no respondían a las expectativas de su emboscada y atacaban con muchos flancos abiertos y desorden. Practicamente se podía decir que se iban estrellando uno a uno contra el hacha de Bancuro. Por mí parte, aunque más limitado en mis capacidades de combate, no tuve problemas para derribar con mi magia a otro de los sátiros, aunque un tercer sátiro que me atacó por la espalda tuvo que ser despachado con un certero mazazo en el cráneo.

La pelea resultó mucho más fácil de lo que habría imaginado. Puede que los sátiros fueran débiles, pero sin duda que me sentía pletórico de poder. Mientras me quedaba embelesado por mis pensamientos de gloria vi como Bancuro no se quedó a celebrar nada. Retomó de nuevo las riendas de su montura y partió raudo hacia el cañón.

- No te encantes y date prisa -me gritó mientras se alejaba-. Esto no era una emboscada, sólo nos querían retener. Keldar está en peligro.


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El fuego intenso se reflejaba en sus ojos. El filo de sus dagas reflejaba la plateada luz que provenía del cielo. Esas luces eran como señales que enviaban a Keldar para que se preparará para otra vida. Mientras los segundos trancurrían lentamente y la distancia entre sus dagas y Keldar se recortaban, el brujo tuvo tiempo para darse cuenta de algo evidente. Si esa ladrona había permanecido varios días al acecho, era más que probable que tuviera algo que decir respecto al asunto de la sangre de demonios, por lo que era de vital importancia cogerla viva, aunque dada la situación, no se sabía muy bien quién iba a acabar como abono.

La humana llegó a la posición de Keldar y su daga se abalanzó al cuello del no-muerto como una flecha. La afilaza punta de acero estaba a escasos centímetros del brujo y éste seguía sin reaccionar. La pícara pensó que su rival había sido lo suficientemente sensato como para aceptar lo inevitable y aguardaba la estocada final con paz. Aunque le repugnaba esa actitud, siempre era de agradecer no ensuciarse en exceso. Craso error.


Una sonrisa se dibujaba en la cara de Keldar mientras tranquilamente bajaba el arma de la humana que había llegado a rozar su cuello. Atónita, la pícara se encontraba totalmente paralizada mientras veía con asombro como el brujo le había ganado la partida de pleno. Por detrás se veía la figura de la sucubo de Keldar, que había permanecido oculta entre las sombras esperando el momento precido para asestar el golpe fatal a la humana. Con su magia, ahora la sucubo tenía totalmente paralizada la voluntad de la ladrona, que comenzó a sudar de terror.

- Hagámos esto rápido, se lo ruego señorita -dijo Keldar mientras mantenía la sonrisa-. Sabrá que como brujo puedo torturarla durante horas si no se muestra colaborativa y, francamente, preferiría no tener que aguantar sus gritos.
- ¿Qué quieres? -dijo la humana, resignada.
- Primera pregunta. ¿Quién es usted?
- Soy Naan, una mercenaria de los mares de Azeroth.
- ¿De veras? Porque yo no veo mucho mar y me intriga lo que una pirata pueda hacer en esta tierra yerma.
- Me contrataron para matarte -afirmo con aires de derrota.
- ¿Y a quién debo el honor de tal encargo? -añadió Keldar, mientras un desagradable presentimiento se apoderaba de él.
- No lo sé -dijo Naan mientras apartaba la mirada.
En ese momento Keldar alzó su mano mientras concentraba en ella energía de las sombras. Esperaba que esta amenaza fuera suficiente para aclarar la memoria de la humana. La tortura era un trabajo con el que estaba familiarizado, pero era verdad que no lo disfrutaba.
- ¡Espera! -gritó Naan-. Hablaré.
- ¿Y bien? ¿Quién está detrás de todo esto? -preguntó con insistencia el brujo.
- Sabes, -comenzó a decir la pícara con extraña alegría- para ser no-muerto no estás nada mal.

Justo en ese instante Naan utilizó una especie de insignia que portaba en su mano izquierda, mientras que con un rápido movimiento, casi imperceptible por el ojo, logró situarse a la espalda de Keldar.
- ¿Cómo has conseguido..? -dijo el no-muerto mientras su frase se veía cortada por la sensación punzante de un puñal en su espalda.
- Lo siento, pero yo gano -sentenció Naan.

La daga penetró unos centímetros en el cuerpo de Keldar cuando una fuerte explosión interrumpió el fatal desenlace. Desde los lejos, Bancuro comenzó a disparar de manera disuasoria a la humana con la esperanza de que valorase más su vida que terminar el trabajo. Tras herir grave, aunque no mortalmente al brujo, Naan maldijo su suerte y se apresuró a emprender la huída.
- ¡Que... que no esca... pe! -alertó Keldar intentando soportar el dolor de su herida.

Bancuro intentó detenerla con su hacha, pero la ladrona esquivó con gran prodigio las acometidas del guerrero. El tauren pensó que se burlaban de él, pero no pudo hacer otra cosa sino ver como le daba esquinazo y se apresuraba a abandonar el cañón. Justo allí la esperaba yo para cerrarle toda opción de huída. Aún así la humana vino directa hacia mí. No sabía muy bien cómo detenerla, pero algo debía hacer, así que me preparé para lanzar una potente descarga de relámpagos.

En el mismo instante que iba a atacarla desapareció en una nube de humo y no dejó el menor rastro hasta que pasando por mi costado me empujó contra las rocas mientras decía: "quita de ahí, pasmado".

- ¿¡Pero qué co...!? -grité con impotencia.
- De... prisa, Bancu.. ro. Debe... mos seguirla. -insistió Keldar pese a su agonía.

Bancuro cargó con el flaqueante cuerpo de Keldar y cogió su montura. De modo mimético hice lo propio y nos preparamos para dar caza a Naan.

(continuará...)

PD: Se ha actualizado la BSO de las Sombras

domingo, 15 de febrero de 2009

La calma que precede a la tempestad

¡Saludos Oradores!

El bocata parecía bastante apetitoso. El pan era crujiente y recien horneado. Poco negativo cabría decir de la masa, ya que las praderas de Mulgore aseguraban un trigo de excelente calidad. En su interior había varias lonchas de suculento cerdo. El cerdo era muy jugoso y había sido cocinado con adobos y mucho mimo. Para terminar de aderezar el glorioso tentempié, la carne estaba empapada en salsa de flor de paz y recubierta de finas láminas de fresta hojaplata. Cada bocado valía la pena degustarlo con admiración y así creyó conveniente Bancuro, que a cada nuevo mordisco creía estar más cerca del paraíso.

Al fin y al cabo, el haberse encargado del entrenamiento de un nuevo guerrero para la horda no tenía que ser tan malo. El bravo guerrero estaba gozando de unos días de paz en su tierra natal, aunque siempre con cierta aflicción en su corazón y sus sueños que le recordaban a cada segundo que esa paz se veía amenaza desde el lejano Vallefresno. Así pues, no sin antes asegurarse de que no dejaba miga alguna por degustar, se apresuró a terminar de preparar su kodo para el viaje. El tauren no estaba plenamente convencido de que Senkyoshi estuviera listo para partir a la aventura, pero cuatro día era más del tiempo que se podía permitir.

El novato chamán seguía sin descanso su entrenamiento en las praderas de Mulgore. Desde que adquirió esos ropajes su poder había aumentado notablemente. Los espaldares, aunque toscos en su diseño, le facilitaban sintonizar con los elementos y recoger su fuerza. La poca fe que inicialmente depositó Senkyoshi en ese atuendo se tornó en una gran confianza cuando poco a poco se dió cuenta de que sí posía capacidades chamanísticas. Ciertamente los progresos de las últimas 24 horas habían sido grandes, aunque insuficientes ante el poder de la Legión Ardiente.

Bancuro entregó a la milicia de Cima del Trueno un informe detallado sobre la misión que iba a acometer en Vallefresno y cerró todos los cabos que pudo antes de partir. No le gustaba nada embarcarse en una aventura sin haber arreglado previamente todos sus asuntos. Era difícil saber cuál sería la última vez que regresaba a su hogar en un mundo tan hostil. Tras la aprobación pertinente, montó en su kodo y se dirigió presto hacia el colosal elevador que comunicaba las praderas de Mulgore con la elevada ciudad tauren de Cima del Trueno.

La noche anterior había mandado a Senkyoshi a pelear con un asentamiento de kobolds, una especie de ratas humanoides con una febril obsesión con la minería y el pillaje. Eran una raza despreciable que no conocía hogar alguno, pues hasta las piedras los repudiaban, pero aún así se extendían por el mundo como una infección. Sin embargo, no dejaban de ser una alimaña, muy débiles para suponer problema alguno para el chamán incluso aunque éste fuera apenas iniciado. De modo que sin remordimiento alguno, Bancuro acudió a recoger a Senkyoshi para partir de una vez y sin más demora al encuentro de Keldar en los bosques del norte.


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La investigación de la zona estaba resultando más compleja de lo esperado. El no-muerto no esperaba encontrarse con un problema así. Al parecer, Mannoroth no era el único demonío que había enraizado su corrupción en ese bosque. Aunque prácticamente inofensiva, existía una corrupción que había envenenado la sangre de los elfos de la noche hasta convertirlos en sátiros, unos diablillos muy evolucionados, aunque tan débiles como aquellos elfos que fueron incapaces de resistir la perdición de la sangre.

A Keldar esto le pareció en primera instancia un hecho a anotar, ya que sólo conocía de orcos y trolls como criaturas infectas por los demonios, aunque en el caso de los sátiros el resultado de la corrupción era mucho menos aterrador, casi irrisorio, aunque en gran número siempre podían ser una amenaza, por lo que mejor sería andar midiendo cada paso.

Al margen de esto, lo peor de todo es que la tarea de examinar cada muestra de corrupción exigía un esfuerzo mucho mayor de habilidades y tiempo. Esto obligó a retrasar los planes del brujo, que decidió acampar la primera noche lejos de aquella garganta demoníaca que conducía a la tumba de Grom, a la espera sobretodo de recibir prontas noticias desde Mulgore.

Por momentos, Keldar tenía casi decidido acudir al asentamiento local de la Horda a reposar. Sospechaba ser observado de cerca por algo o alguien. Incluso podía sentir el aliento del enemigo en la nuca, o una especie de sensación igual de desagradable. Sabía de entrada que el territorio iba a ser muy hostil, pero esa sobra de traición y vileza superaba sus expectativas. Aún así, su deber estaba por encima de todo aquello y sabía que refugiarse en el campamento de la Horda iba a suponer la pérdida de horas de trabajo necesario, horas que de otro modo estarían corriendo en favor de su enemigo sin rostro.

En cualquier caso, valía la pena ser precavido, de modo que el no-muerto convocó a otra de sur criaturas infernales para que custodiara el campamento durante la noche. Se trataba de una sucubo, que más bien sería descrita entre los no afines a las artes oscuras como la novia del mal. La sucubo era una diablesa sádica y perversa, al menos si no estuviera bajo las órdenes del brujo. Dos largos cuernos de ébano coronaban su cabeza, mientras su figura recordaba a la de una humana, aunque no su tez, pálida como la luna. Sin embargo, su característica más importante era su fusta capaz de quebrar el hierro y la razón. Con ella en vigilia, poco había que temer.

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Me encontraba bastante cansado. La pelea no había sido especialmente dura y lo cierto es que aquellas criaturas mineras eran bastante endebles, pero me había prometido derrotarlas usando sólo mi poder elemental, lo que había agotado por completo mi resistencia. Me dolía todo el cuerpo de la extenuación, aunque era un dolor más bien reconfortante, un dolor provocado por el éxito y el esfuerzo y no por algún hueso quebrado.

En cualquier otra época, la milicia de Cima del Trueno habría dado buena cuenta de aquél asentamiento de bandidos, pero en tiempos difíciles como aquellos el trabajo desbordaba y mequetrefes de esa calaña poca atención recibían. Eso significaba, no obstante, una era de bonanza para los aventureros en busca de gloria y fortuna que veían como las aldeas se volcaban en ellos como única esperanza para restablecer la paz en su peculiar jungla. Thrall, nuestro Jefe de Guerra, era muy consciente de esto y no reparaba medios para premiar y financiar a los buenos y generosos aventureros, aunque como todo, no eran pocos los que se aprovechaban del respaldo de la Horda para saquear pueblos humanos y asesinar a viajeros inocentes a diestro y siniestro, muchas veces por simple diversión.

Bancuro ya se acercaba, lo que significaba que ya no me quedaba tiempo para descansar y que era el momento de poner rumbo a Vallefresno. Habían sido unos días duros, pero estaba tremendamente satisfecho de haber sintonizado con los elementos. Sentía el despertar de mis poderes de chamán y sabía que eso era sólo el principío. Quizá con el tiempo podría servir a la Horda como un gran guerrero y que mi arma no vacilara nunca más ante el enemigo.

Pero lo principal ahora era acabar con la fuente de corrupción. Keldar esperaba, mi gente esperaba, mi sed de justicia arrastraba mis actos.

martes, 10 de febrero de 2009

El entrenamiento

¡Saludos Oradores!

El sol dominaba los cielos y hacía justicia con las criaturas más débiles que a su vez era protegidas por una sueva brisa que se interponía ante su martillo de sentencia. El sudor resbalaba por mi frente mientras intentaba mantenerme impasible a las inclemencias del tiempo a la vez que intentaba mantenerme en sintonía con todo lo que me rodeaba. Poco a poco mi mente fue concentrándose. Sentía cómo lograba canalizar la fuerza de la naturaleza a mis manos y me preparaba, de nuevo, para manifestar todo este poder a través de una descarga que fulminara a mis enemigos. Finalmente, el aire comenzó a tornarse liviano entorno a mis brazos mientras la temperatura aumentaba. Unas chispas comenzaron a brotar de las palmas de mis manos a la vez que gritaba:

- ¡Tormenta, tierra, fuego... atended mi llamada!

Una efímera lucecita apareció, aunque fue suficiente para encender la llama de la paciencia de Bancuro.

- Muchacho, llevamos aquí ya varios días -suspiró Bancuro con resignación-. Empiezo a pensar que no tienes talento alguno para el combate.
- Esto no es tan fácil -refunfuñé-. Y le recuerdo que fue usted quien insistió en que debía entrenarme en las artes chamánisticas.
- En fin -replicó el tauren-, no desesperes Senkyoshi. Creo que tengo una idea para adelantar un poco en el entrenamiento. Conozco un peletero en Cima del Trueno que podría crearte algunos ropajes más adecuados para tu entrenamiento.
- No creo que esto sea una simple cuestión de vestiditos -dije con recelo-. Lo justo sería entrenarme en unas artes que realmente se adecuen a mis capacidades.
- Ten fe, Senkyoshi -aseveró Bancuro-. Regresaré dentro de unas horas. Mientras tanto, prosigue con tu entrenamiento, por favor.

El tauren guerrero montó en su kodo y se alejó hacia la elevada Cima del Trueno. Mientras, proseguí con mi entrenamiento con cada vez menor convicción, casi plenamente convencido de que aquel accidente de Los Baldíos se debió más a alguna fatalidad cósmica que realmente a mi poder latente.

El sol seguía ajusticiando y la brisa ya no cubría mi cuerpo. Ojalá Bancuro volviera antes de recibir sentencia.


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Era mediodía pero el valle estaba bañado por un resplandor más propio de las noches de luna llena. Los pozos lunares de la zona emitían una tenue luz argenta que se infiltraba por cada recoveco de la frondosa arboleda que poblaba Vallefresno. Esa misma luz significaba peligro para un no-muerto ya que era señal de estar adentrándose en terreno de elfos de la noche, una raza no muy amistosa de los Renegados. Por si fuera poco, Keldar se debía más a su misión actual de investigar a los demonios de la zona. Desde luego, podía esperar cualquier cosa menos una cálida bienvenida.

A pesar de que era un asunto que se recomendaba zanjar prontamente, antes de que pudiera aparecer un nuevo brote de corrupción que amenazara a la Horda, la sensatez de Keldar le recomendó preparar con tiento su aventura. Antes de entrar en Vallefresno, Keldar dedicó un par de días en el puesto fronterizo para conocer todos los informes de inteligencia diponibles, adelantarse a tods los movimientos de los elfos de la noche y asegurarse que se iba a mantener una vía de comunicación con la capital en todo momento. Toda precaución era poca ya que el enemigo no tenía rostro, pero su silueta era la de la legión ardiente y eso era un rival que no admitía desprecio alguno.

La lenta marcha de Keldar a través de Vallefresno le obligaba a prestar atención a cada detalle por mínimamente sospechoso que pareciera. Incluso se vió en la necesidad de matar a muchas de las especies locales para comprobar si la corrupción se había cebado en ellas o, por contra, habían tenido una prematura pero limpia muerte.

Tras varios días de camino por el bosque, Keldar se hallaba ante un sendero que conducía a la tumba de Grom, reconocido héroe de la Horda que dió su vida por la libertad de los orcos frente a la Legión Ardiente. El brujo inició un ritual de invocación. Fuerzas sombrías comenzaron a concentrarse a su alrededor mientras la realidad se fracturaba. La fractura comeenzó a crecer alimentada por el poder de las sombras hasta ser una brecha suficiente para que criaturas de otros mundos llegaran al nuestro. Del portal emergió un manáfago, una de las criaturas demoníacas a las órdenes del no-muerto.

El manáfago era una criatura que ciertamente resultaría repulsivo a los ojos de cualquiera que no estuviera acostumbrado a la peligrosa compañía de demonios. Dos especies de antenas emergían de su cabeza y captaban todas las energías mágicas que se extendían a kilómetros mientras que con su boca podía devorar toda esta energía. Con la ayuda de esta peculiar criatura, Keldar comenzó a rastrear las energías demoníacas concentradas en la zona.

Pronto, Keldar se adentró en un angosto cañón que se cerraba a cada paso que daba. El aire era denso y emanaba un extraño olor a podredumbre. La brisa siempre provenía de las yermas tierras de la tumba de Grom, como una fuente imperecedera con la voluntad de devorar las arboleda de los elfos de la noche. "El mal es inmortal y se alimenta del bien", pensó Keldar.

De repente, Keldar se sintió extrañamente incómodo. Su presentimiento se vio reforzado por una piedrecitas que cayeron desde la parte elevada del cañón. Keldar posó su vista en la lejanía y creyó atisbar lo que era una figura humana.


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- Bueno... pues con esto ya estás listo -dijo Bancuro con convicción.
- Resultan... cómo decirlo... algo inadecuados estos ropajes -respondí sin saber muy bien qué decir.

No estaba muy convencido de qué sentido tenía el haberme emperifollado de semejante manera y mucho menos de que estas vestiduras fueran a mejorar en modo alguno mis habilidades. Sin mucha convicción repetí por enésima vez el proceso de convocar una descarga de relámpagos. Una leve chispa surgió de mis manos y una gran decepción se adueñó del ambiente.

- Con tanto esmero que ponéis en esta empresa no me ha de extrañar que obtengáis tan pobres resultados -me recriminó Bancuro.
- Lo que no entiendo es como seguimos perdiendo aquí el tiempo -salté a replicar-, mientras Keldar se enfrenta a los demonios él sólo. Esto es una total pérdida de tiempo, estáis empeñados en ver en mí unos poderes que no poseo y malgastando un tiempo que no poseemos.
- De acuero, entiendo tu punto de vista -dijo bancuro ante mi sorpresa-. Me marcho pues a ayudar a Keldar en Vallefresno. Disfruta de tu estancia en Mulgore, porque no permitiré que un enclenque me ponga en peligro en mi misión.
- En fin... tampoco hace falta que seais tan tajante -afirmé con resquemor-. Seguiré este entrenamiento.
- Y más os vale que pongáis más empeño, pues no os falta razón en que el tiempo corre en nuestra contra. Hacedme caso -cambió a un tono más condesceniente-, he visto a muchos guerreros y sé que vosotros seréis un buen chamán.

Y el tiempo continuó pasando a nuestra contra mientra mi entrenamiento continuaba infructuoso. La noche había llegado y el plenilunio me concedía una prórroga.

(continuará...)

martes, 27 de enero de 2009

Tres hombres, dos destinos, un objetivo

¡Saludos Oradores!

Era ya la tarde del segundo día desde que mandé la misiva a Keldar. Las horas tras la batalla de Las Charcas del Olvido habían sido placenteras y habían devuelto la paz a una región que pocas veces ha podido degustarla. Los informes de inteligencia revelaban que los centauros de la zona habían sido apaciguados, lo que confirmaba que no existía presencia de la corrupción demoníaca en el agua. De todos modos, Bancuro mantuvo una pequeña avanzadilla en una colina cercana para prevenir cualquier movimiento sospechoso, ya que nunca estaba de más ser precavidos.

El Sol comenzaba a fundirse con la montañas mientras el polvo y la calidez de la tierra de la savana de Los Baldíos daban una visión enturbiada a la par que sensual de su estertor. Fue en estos instantes cuando el maestro de vuelo avisó de la llegada desde el este de un dracoleón. El dracoleón volaba con una velocidad endiablada contra los rayos del Sol sin parecer dudar lo más mínimo ante su capacidad cegadora. A sus lomos ya se atisbaba la figura conocida de un brujo no-muerto con espaldares espinosos y adornados de calaveras. Nada más descender Keldar se dirigió sin vacilar hacia la taberna para acudir a mi encuentro y el de Bancuro, mientras una prole de aldeanos y niños observaban con una mezcla de respeto y suspicacia al recién llegado, algo que de algún modo llegaba a molestar al brujo, aunque supo mantener la compostura.


Antes de que entrara a la taberna, Bancuro y yo habíamos intuido el aterrizaje de Keldar por el repentino murmullo que se había formado, algo que sin duda respondía a la presencia de un extranjero. Nada más entrar, Keldar realizó una muy cortés reverencia hacia nosotros. Me puse en pie para recibirle y le devolví la deferencia como buenamente supe, aunque era difícil estar a la altura del cortés brujo en estas lides. Tras las pertinentes presentaciones nos pusimos manos a la obra a debatir el asunto que había obligado a mi amigo brujo a recorrer medio mundo.

- Bien caballeros, ¿dónde está la tan parlamentada muestra que me ha traído ante vos? -dijo Keldar para introducir el tema-.
-Aquí la tienes, brujo -prosiguió Bancuro-. Fue extraída de un herida reciente de un centauro contra el que nos enfrentamos en Las Charcas del Olvido.
- Veamos pues qué nos puede revelar de su orgien esta sangre -concluyó Keldar-.

Inmediatamente, Keldar comenzó a extraer con su mano como una especie de esencia desde la sangre. Unos hilos mágicos brillantes de color rosado comenzaron a conectar al brujo con la sangre. Finalmente, el brillo de la sangre se extinguió a la vez que en la mano de Keldar se sintetizaba una pequeña piedra rojiza y brillante, que emanaba un leve aunque palpable poder impío.

- ¿Qué es lo que has hecho con la sangre, Keldar? -pregunté con gran intriga-.
- Lo que he hecho, amigo orco, es extraer la esencia del alma demoníaca que estaba encerrada en esas muestras de sangre -explicó Keldar-. Gracias a que habéis podido conservar con garantías esta muestra, he podido sintetizar ese poder en esta piedra y, a partir de aquí, podré intentar escudriñar qué poder demoníaco se da presencia ante nos.

Keldar comenzó a examinar con detalle la gema que había condensado. Tras unos minutos de incertidumbre finalmente se dispuso a exponer sus hallazgos.

- La esencia que he extraido corresponde, sin duda alguna, a la de un señor del foso -comunicó Keldar sin el menos atisbo de duda-.
- ¡Pero es totalmente imposible! Mannoroth fue derrotado -sentencié a la vez que golpeé con fuerza la mesa ante la reprobadora mirada de Oniris, la tabernera-.
- Contrólate un poco, pequeño orco -se apresuró a decirme Bancuro-. Nadie ha dicho que sea Mannoroth el señor del foso.
- Efectivamente, caballero tauren -prosiguió Keldar con sus deducciones-, pese a que sea la sangre de un señor del foso no creo probable que esta se corresponda con la de Mannoroth, aunque la calidad de la muestra no me permite conocer con exactitud a qué criatura pertenece.
- Entonces, ¿volvemos a encontrarnos ante un atolladero? -comentó Bancuro-.
- No del todo -dijo con tono esperanzador mi amigo brujo-. Quizá pueda corroborar que no se corresponde esta sangre con la de Mannoroth si examino a algunas de las criaturas demoníacas de su nicho en Vallefresno.
- Pues no esperemos más y partamos de inmediato hacia Vallefresno -exigí a mis compañeros de mesa-.
- ¡Quieto ahí parado, Senkyoshi! -se apresuró bancuro a cortar mi ímpetu-, con tu capacidad de lucha actual serías un estorbo para Keldar más que una ayuda. Así que creo yo que sería mejor que dejases este asunto en mis manos y las de Keldar y procurases buscar algún otro modo de ayudar a la Horda.
- Pero no puedo quedarme quieto mientras sé que la amenaza demoníaca está tan cerca de mi gente -quise rebatir a Bancuro, aunque en el fondo no le faltaba razon-.
- Eres tozudo, chico -dijo Bancuro como ya saberdor de que iba a replicarle-. En fin... creo que algún potencial tienes para comunicarte con los elementos. Quizá te podría llevar a Mulgore para entrenarte como chamán de la Horda. De ese modo ya no serías una molestia.
- ¿¡ Un chamán!? -dije con una mezcla de extrañeza y rabia-. No empieces de nuevo a decir tonterías. Iré a Vallefresno. No puedes ponerme impedimentos estúpidos.
- Modera tu tono, Senkyoshi -dijo con cierta molestia-. No olvides que soy un Campeón de la Horda y que te estoy haciendo un favor y una gran oferta.
- Vamos, vamos caballeros -cortó la cada vez más acalorada discusión Keldar-, tomémonos esto con la calma que merece. Senkyoshi, debéis ver la sabiduría en las palabras del tauren. Es importante conocer nustros límites para poder superarlos. Si de verdad queréis ayudar a la Horda, reuníos conmigo en Vallefresno cuando estéis preparados para luchar con la Legión Ardiente, pero antes aceptad el buen ofrecimiento de Bancuro.
- De acuerdo -dije más calmado-. Me he dejado llevar por mis emociones, no debería haberme comportado así. Ruego que me disculpéis.
- Entonces, nuestros cominos están determinados -resumió Bancuro-, mañana al alba partiremos Senkyoshi y yo hacia Mulgore mientras Keldar comienza a investigar en Vallefresno. En cuanto Senkyoshi esté preparado, acudiremos en tu ayuda -y añadió mientras alzaba su jarra de cerveza-, ¡salud!
- ¡Salud camarada! -añadió Keldar-.
- ¡Salud! -dije para no quedarme atrás-.

Tras una reconfortante última noche en El Cruce partimos sin demora cada uno a nuestros destinos. Aunque algo reacio, bancuro se ofreció a llevarme en su kodo de guerra, quizá por desconfianza de que fuera capaz de llevar las riendas de mi propio corcel. Me despedí amablemente de Oniris y monté con Bancuro que con un potente golpe de espuela puso en marcha al kodo que, pese a parecer un animal torpón, lograba alcanzar una considerable velocidad por las extensas llanuras de la savana de Los Baldíos.

Keldar, tras hacer acopio de víveres, se puso rumbo hacia el norte, hacia Vallefresno. Me sorprendió enormemente ver que contaba con su propio caballo pues había llegado por el aire, pero al parecer su poder era tal que tenía subyugado un corcel demoníaco que usó para emprender su travesía por la savana tras concluir un ritual de invocación que tuvo la precaución de realizar sin público para no levantar la desconfianza de la población local. Así pues, con el objetivo de descubrir qué señor del foso estaba detrás de todo este asunto, partimos todos raudos a prepararnos para los que estaba por llegar.

(continuará...)

[La BSO de las Sombras ha sido actualizada]

domingo, 25 de enero de 2009

La sombra de la Corrupción

¡Saludos Oradores!

Me recompuse como pude de lo poco que quedaba sin fracturar de mí tras la batalla y acudí a la petición de Bancuro. Nada más llegar yo también me percaté de que algo extraño pasaba con aquella sangre, aunque no era capaz de sospechar hasta qué punto iba a tornarse en mi quebradero de cabeza ese hallazgo.

- ¿Cómo te llamas, orco? -me preguntó con tono enérgico Bancuro-.
- Senkyoshi, señor -respondí rápidamente-. He venido desde Orgrimmar para echar una mano a la Horda en su lucha contra los hombres caballo.
- ¡Ja, ja! -soltó el tauren una sonora carcajada al cielo-. Por tus pintas cualquiera diría que eres un guerrero.
- Quizá mi preparación no sea la adecuada, pero mi determinación es firme, señor -respondí con cierto resquemor por lo que era la constatación de una verdad a gritos.
- En cualquier caso, Senkyoshi, esto no es de lo que te quería hablar -de repente su mirada volvió a recobrar la inquietud de hacía unos instantes-. Fíjate bien en la sangre, ¿lo ves?
- Puedo apreciar que posee un cierto resplandor y que su temperatura es alarmantemente elevada, señor -proseguí con las observaciones-. Además, siendo una muerte tan reciente, es de suponer que la sangre circulaba por el cuerpo del centauro en estas condiciones, lo que aún lo convierte en un hecho más insólito si cabe.
- Veo que eres observador, pequeño orco -me dijo a la vez que esgrimia una breve mueca amable-. Pero si te pregunto justo a ti, no es porque crea que tengas buenos conocimientos en anatomía. Fíjate nuevamente y dime si te suena de algo esta escena.

Bancuro me dió una palmada en la espalda para acercarme más a la herida abierta del centauro. Lo cierto es que palmada podría definirse como un eufemismo ya que no mesuró bien su fuerza y su golpe estuvo a punto de terminar de quebrar mis doloridos huesos. En cualquier caso, me situó a poco más de un palmo de la sangre y fue entonces cuando caí en la cuenta de lo que realmente estaba ante mis ojos. El estupor de presenciar aquello dilató terriblemente mis pupilas y comencé a sudar en frío mientras me apresuré a retoceder de aquella perturbadora imagen. La extraña luminiscencia y la temperatura elevada no eran sino signos evidentes de que aquellos centauros habían sufrido la maldición de la sangre.

No podía creerlo. Tras lo mucho que la Horda y, en especial, los orcos habíamos luchado por liberarnos de esta maldición, ésta se cernía de nuevo sobre nosotros. El sacrificio de Grom para derrotar a Mannoroth había quedado en vano pues la corrupción seguía asolando aquellas tierras que habíamos podido llamar hogar. Ahora me explicaba todos aquellos relatos sobre la repentina actitud colérica de los centauros, la mano de la Legión Ardiente estaba detrás.

- Es la corrupción de la sangre -grité alarmado a Bancuro-. Los demonios han regresado para reclamarnos como esclavos. Debemos huir y avisar a Thrall cuanto antes.
- ¡Cálmate! -me imperó Bancuro mientras me sacudió un golpe en la cabeza-. Sea lo que sea sólo ha afectado a un grupo aislado de centauros. Lo primero será asegurar la zona y tomar muestras de la sangre de estos centauros y de las aguas de la charca. Después con más calma planificaremos nuestros pasos. Este es un asunto delicado Senkyoshi, -pasó a un tono más condescendiente-, lo primero es no causar alarma y no precipitarse.
- De acuerdo, señor.

Mientras Bancuro comenzó a dar órdenes a sus hombres, me dirigí a la retaguardia para buscar un poco de apoyo médico que me atendiera mis heridas. Fue en esos escasos instantes en los que me hallaba solo que un centauro moribundo creyó que la mejor manera de dejar este mundo era con mi compañía. El centauro no lo dudó y con las escasas fuerzas que le quedaban se abalanzó violentamente sobre mí esperando derribarme de un sólo golpe. Cada vez veía más cerca al centauro y, cada segundo que pasaba, mi cuerpo me daba una nueva negativa a reaccionar. El miedo me paralizaba los músculos y me bloqueaba la mente, simplemente era espectador de lo inevitable.

De pronto, comencé a sentir algo. La atmósfera se tornó negra y el centauro era la único que veía, pero paso a moverse más y más lentamente. Empecé a notar un cosquilleo que brotaba de la tierra y acariciaba mis pies. El cosquilleo se fue transformando en una fuerza incontrolable que se empezaba a acumular en mis manos, mientras creí oir a cielo y tierra hablarme. La energía de mis manos comenzó a quemar mi piel y a deslumbrar a mis pupilas, de modo que extendí mis brazos con violencia con la esperanza de lograr deshacerme de aquel repentino poder que se había adueñado de mí. Al hacer esto un potente relámpago salió en dirección al centauro que cayó fulminado ante el poder de la naturaleza. Todo el mundo quedó atónito ante lo ocurrido. Bancuro, que había acudido raudo a prestarme ayuda, sonrió y dijo: "¡Al final sí que va a parecer que sabes hacer algo y todo, ja, ja, ja!".


De vuelta a El Cruce, y sin explicarme aún muy bien yo mismo lo que había pasado, quise quitarme un poco de tensión charlando con los tauren que acompañaban a Bancuro. Me contaron que era un guerrero muy apreciado en las praderas de Mulgore y que ostentaba el rango de Campeón de la Horda, título que había ganado por sus largos años de servicio a las órdenes del Jefe de Guerra. Ciertamente no me extrañó lo más mínimo escuchar aquello depués de haberle visto en el campo de batalla y en cierto modo sentí orgullo por haber compartido una pelea con él.

Al llegar a El Cruce la mayor parte de los luchadores se dirigieron como una jauría de perros a la taberna sin saber, incautos de ellos, que Oniris daría buena cuenta del primero que se le fuera mínimamente la pinza. Bancuro y yo acudimos al alquimista local con el objetivo de obtener alguna respuesta sobre aquellas muestras que habíamos recogido. Tras unos minutos de espera, el alquimista regresó con los resultados.

- Bueno -comenzó a hablar el alquimista-, en efecto esto que me traéis es sangre de centauro contaminada con sangre de demonios.
- Así que es cierto que la Legión Ardiente está aquí -dije con cierta alarma-.
- No lo creo, esto...
- Senkyoshi -respondí ante la duda del alquimista-.
- Un poderoso chamán -afirmó Bancuro entre risas-.
- ¿Chamán? Yo me dedico a la ingeniería señor -me apresuré a corregir desconcertado-.
- No me digas que no sabes ni los poderes que utilizas, jo jo jo -sentenció Bancuro mientras pareciá que se le enganchaba la risa o más bien, su burla-.
- Caballeros, por favor -dijo el alquimista cortanto nuestra inoportuna divagación-, el tema que nos ocupa es serio. Como decía, no creo que esto sea obra de demonios. Una criatura tan... digamos inferior como los centauros moriría sin remedio ante el contacto directo de la sangre de demonios, así que se han contagiado a través de otra fuente.
- La charca, ¿quizás? -apuntó Bancuro-.
- He ahí la buena noticia, el agua de la charca es tan pura y sana que deberíamos pensar en embotellarla para vendérsela a los pijos de Quel'thalas, je, je -afirmó con tono socarrón el alquimista.
- Así pues, ¿de dónde procede esta corrupción? -pregunté con gran intriga-.
- Me temo que ese es el gran misterio -dijo con cierto pesar-, mis conocimientos sobre demonios y mis herramientas no me permiten indagar más a fondo en este asunto. Lamento que no podré seros de gran ayuda de aquí en adelante.
- No te apures, alquimista -comentó amablemente Bancuro-, tu ayuda aquí ya ha sido más que inestimable.

Tras esta reveladora a la par que desconcertante charla, Bancuro y yo nos dirigimos a la taberna, ya bien entrada la noche, para ver si un par de pintas nos refrescaban las ideas. Al llegar a la taberna se oía un barullo que no por esperado dejó de hacerme gracia. Al parecer, algún tauren que le había dado en exceso a las jarras de vino había comenzado a montar bronca, lo que provocó la ira de Oniris que conjuró una de sus palabras de las sombras sobre el pobre tauren que no paraba de darse de golpes con la mesa pidiendo a gritos que cesara la tortura. Visto que no parecía estar de muy buen humor, no quise importunar mucho a Oniris, aunque como de costumbre me había reservado una sonrisa y también había reservado unos cuantos (miles) de piropos para Bancuro.

Ya sentados en la mesa, Bancuro comenzó a sopesar las posibilidades que se abrían ante nosotros, no sin antes explicarme por qué me había dejado implicar en esta aventura.

- Lamento haberte metido en este turbio asunto Senkyoshi, pero los tauren nunca hemos padecido la corrupción de los demonios y, conocedor de que tu raza ha tenido sus más y sus menos con la Legión, creí oportuno usar tus experiencias para indagar en el tema.
- No se preocupe, señor -comenté a Bancuro-, para mí es un gran orgullo poder ser de utilidad para mi gente y la Horda.
- Por favor, no me llames señor que me hace parecer mayor.
- De acuerdo esto... ¿Campeón? -le dije con ciertos reparos-.
- ¡Ja, ja, ja, no tienes remedio! -afirmó mientras reía-. En fin, ¿qué sugieres para avanzar en este asunto?
- Había pensado, si lo considera una buena opción, que podríamos consultar a un poderoso brujo de Entrañas llamado Keldar sobre la procendencia de la contaminación -argumenté con convicción-. Es un experto en las artes demoníacas y quizá pueda decirnos qué clase de demonio o incluso qué demonio en concreto es el artífice de esta plaga.
- Pues que así sea -dijo Bancuro-, me parece una buena idea. Te dejo vía libre para que contactes con el brujo, a ver si él puede traer algo de verdad al asunto.

Tras esto, la conversación continuó algunos pocos minutos más tratando temas intrascentes. Al poco rato, Bancuro se retiró a sus aposentos alegando haber sido un día bastante duro y que necesitaba reposo. Estaba yo en ademán de seguirle los pasos, pero creí conveniente escribir la carta a Keldar comentándole los pormenores del asunto y requiriendo su pronta presencia en Los Baldíos para poder ayudarnos, de manera que le llegara la carta lo antes posible. Tras escribir el correo, yo también me fui a descansar de lo que había sido un día muy largo.


(continuará...)

martes, 20 de enero de 2009

Guerreros a cuatro patas

¡Saludos Oradores!

Tras mi accidentado paso por Los baldíos, había llegado al fin a El Cruce. El pueblecito fue construido casi a la par con Orgrimmar para asegurar la ruta terrestre a Mulgore. Pero estas vanalidades históricas poco me importaban en ese momento. Las jornadas habían sido difíciles, de modo que decidí tomarme un merecido descanso en la taberna local. La taberna estaba regentada por una atractiva trol de larga y plateada melena. Pese a que no se puede decir que estuviera gozando de la flor de la vida, los años la habían perdona y premiado con un cierto halo descaro que la seguían manteniendo codiciada por muchos de los parroquianos. Mayor fue la sorpresa al percatarme que la tabernera no era otra sino una antigua amiga, Oniris, que durante la 3ª guerra había luchada curando a los heridos.

- Cuánto tiempo sin verte, Senkyoshi. ¿Qué trae a un orco fornido como tú por mi tabernilla? -me dijo mientras me guiñaba un ojo.
- He decidido ver mundo y ver si podía echar una mano en El Cruce con los centauros -expliqué escuetamente-. Veo que los años te han tratado muy bien.
- Ya sabes, los remedios caseros de los trols nunca fallan -apunto mientras me temía que, como antaño, comenzara a enrollarse a contar sus romances-. Una cabeza de ajo restregada por la cara, boniatos cocidos ahumados en las fosas nasales, reducción de cabeza...

Antes de que mi cabeza se encontrara en shock, desconecté brevemente de la conversación mientras me arrepentía de haber indagado en un tema que resultó tan peligroso. Momentos después, Oniris me sacó del más allá con un jarrazo en la sesera.

- Encanto, -dijo con un tonillo socarrón- sigues despitándote con las musarañas como hace años. Me alegro mucho de verte.

Tras esta frase se dirigió a atender a otro cliente. Me di cuenta de que me caía un hilillo de sangre de la cabeza, prueba irrefutable que que la tabernera era tan hermosa como basta. No obstante, era agradable reencontrarse con una vieja amiga lejos del hogar.

Tras la agradable (pese a los posteriores mareos y los puntos de sutura) noche en la taberna dormí largo y tendido hasta bien entrado el día siguiente. Ya había perdido el día anterior tontamente y era el momento de ponerse manos a la obra de nuevo. Comencé preguntando a los locales un poco sobre la situación. Un cazador local me comentó que había notado que la agresividad de los centauros asentados hacia el norte había aumentado notablemente en las últimas semanas. Al parecer, los centauros siempre habían sido terriblemente territoriales, pero nunca se habían abalanzado de un modo tan imprudente y salvaje frente a las defensas de la Horda. Igualmente me comentó que nadie había hecho nada para provocar esta ira repentina y que los intentos de diálogo se habían cerrado con cabezas cortadas.

Ansioso de curiosidad por tan insólito hecho, decidí seguir indagando más. Para ello solicité entrevistarme con el capitán de las fuerzas de El Cruce. Aunque reacio ya que tenía muchos asuntos que atender, accedió a verme, quizá con la esperanza de que pudiera aportar algo de luz sobre el asunto, aunque lamentablemente para él no fuera el caso. Con tono altivo y claras muestras de querer acabar cuanto antes me explicó que sólo el asentamiento de Las Charcas del Olvido se había tornado tan agresivo y que dicho cambio no respondía a provocación alguna. Al mismo tiempo comentóq eu la solución estaba próxima, pues había solicitado ayuda a Cima del Trueno para lidiar con el problema cuanto antes, ya que bastantes problemas daba la alianza y el resto de centauros como para permitir que se desbocara la situación.

Prestamente despedido de la reunión, pedí permiso a los guardias para unirme como voluntario a la avanzada de la Horda frente a los centauros de las Charcas del Olvido y me dirigí hacia allí. Desde la lejanía ya se podía oir el sonido del acero chocando y los altrabuces disparados. El olor férreo de la sangre comenzaba a invadir el ambiente y el polvo se entremezclaba con el fuego creando una brisa letal. Sin demora me puse a las órdenes del oficial al mando que, bastante reacio al ver que no tenía las pintas de un guerrero ni mucho menos, me animó a incorporarme al frente para frenar el ataque de los centauros, mientras los cazadores los derribaban desde la distancia.

Con todo el coraje del mundo que pude reunir me abalancé hacia la primera línea de batalla. Mi inseguridad me hacía sostener mi maza con tanta fuerza que casi me sangraba la palma de la mano. Aún así contagiado por la virulencia de la batalla comencé a sestar certeros golpes contra los centauros. Por mi izquierda se me avalanzó el primer centaro. Logré repeler su lanza con el escudo y gané tiempo para atacar con mi maza. De un fuerte golpe quebré una de sus patas delanteras y logré postrar a mi enemigo, aunque antes de poder rematarlo una flecha fue la que acabó con el. Esta victoria momentánea me animó sobremanera y mientras la sangre de mis enemigos me dotaba de fuerzas, grité con todas mis fuerzas para amedrentar a los rivales.

Nuevamente me hallé frente a frente con un centauro. Mis manos ya no temblaban y mi escudo se mantenía firme ante sus embestidas. En mi defensa logré localizar sus puntos flacos que utilicé para derribarlo y acabar con su vida. Me dejé llevar por la locura de la muerte, me sentía invencible y rompí la línea para pasar al ataque en solitario. La fuerza de mi carrera basto para que con una embestida de mi escudo cayera al suelo un centauro defensor mientras me preparaba para seguir machacando los frágiles huesos de los hombres caballo. No tardé en darme cuenta de lo grave de mi error, pues pronto em vi rodeado por varios centauros y mis habilidades estaban lejos de superar una lucha en desventaja. La fría realidad atenazó nuevamente mis músculos y volví a embutirme en la piel del cobarde orco que tuvo que escapar de unos hombres-cerdo. Ahora me hallaba asediado por centauros, enemigos mucho más fieros y poderosos y no había escapatoria posible.

A la vez que mi escudo se quebraba ante los embates de mis asaltantes. Varios centauros se las habían ingeniado para rodear las defensas hordas. Desde la lejanía, y a salvo de los cazadores de la Horda, invocaron nubes tormentosas que comenzaron a golpear con virulencia nuestra retaguardia. Nunca había visto que la naturaleza pudiera ser invocada de esa manera. Por momentos creí sentir que la tierra gritaba mientras caían los truenos, pero los golpes de los centauros me sacaron de mi obnubilación.

La situación se había tornado muy oscura. Yo me hallaba acorralado, exhausto y sin ningún as en la manga. Nuestra defensa se desmoronaba pues mientras perecían los cazadores, los asaltantes de Las Charcas del Olvido cargan ferozmente a los soldados que se hayaban desprotegidos. De pronto, la batalla quedó interrumpida ante el zumbido de lejanos cuernos que se oían en el horizonte. Una estampida de kodos se dirigía velozmente hacia el campo de batalla mientras anunciaba su llegada con un cuerno cuyo sonido quebraba el viento. Rápidamente caí en la cuenta de que esos eran los refuerzos que se habían solicitado a Cima del Trueno. La caballería estaba liderada por un gran tauren negro. El tauren tenía una musculatura descomunal y de su espalda asomaba el mango de un arma de grandes magnitudes mientras. Su mirada era capaz de prender en llamas cualquier enemigo y los gritos de batalla que proclamaba tuvieron efecto inmediato en los centauros que comenzaron a replegarse.

El grueso de los refuerzos se dirigió a nuestra línea defensiva para dar cuenta de aquellos centauros que insensatamente proseguían su ataque y acabar con aquellos que habían emprendido su huída. Mientras tanto, el líder del grupo se aventuró en solitario hacia la defensa de los centauros. Se alzó de pie en su montura y se abalanzó de un salto sobre varios centauros que perecieron antes de tocar el suelo. Los centauros que amenazaban mi vida me ignoraron como quien ignora a un insecto por inofensivo y se abalanzaron sobre el tauren con la creencia de que más tarde darían cuenta de mí. La grandiosa arma del tauren había resultado ser una descumunal hacha que el guerrero manejaba con extrema destreza. Los centauros caían a pares con cada golpe del asaltante de Mulgore mientras este exclamaba: "¡Ha llegado vuestro fin cobardes!¡La furia de Bancuro caerá sobre vosotros!". El tauren que se autodenominó Bancuro lanzó un fuerte pisotón en el suelo que hizo caer en redondo a los centauros que aún huían. En ese mismo momento decidió dar por finalizado el combate al lanzarse girando sobre sí mismo con el hacha extendida hacia los ya pocos supervivientes centauro.

La calma se hizo dueña de La Charca del Olvido. Bancuro ordenó antender a los heridos y recomponer la defensa para prevenir un posible ataque a traición de los centauros. Mientras se retiraba del campo de batalla, se giró prontamente hacia un centauro con una gran herida abierta y comenzó a examinar su sangre. Su rostro comenzó a tornarse serio. En ese mismo instante, lanzó un gran grito:
- Tú, orco -dirigiéndose a mí-. Necesito que vengas de inmediato.

(continuará)

lunes, 19 de enero de 2009

La partida

¡Saludos Oradores!

Tras mi estancia en las tierras del este, me hallé de vuelta en mi acogedora Durotar. Esta vez el viaje no tuvo sobresaltos y tuve tiempo para reflexionar sobre lo mucho que había avanzado el transporte en los últimos años y de lo pequeño que se había tornado nuestro mundo. Ciertamente, un servidor orco se sentía profundamente orgulloso de haber colaborado en esa empresa, pero había llegado la hora de tomar un nuevo rumbo.

Así pues, acudí a Orgrimmar en busca de algún rumor o noticia de lugares lejanos que requirieses unas manos verdes para ayudar. En la taberna de Orgrimmar, varios trolls comentaban con preocupación que el tránsito terrestre hasta Trinquete o Mulgore se había convertido en harto peligroso. Al parecer, el principal asentamiento de la Horda en la zona, El Cruce, se hallaba constantemente asediado por centauros y vándalos de la Alianza cuya única diversión era la de ver correr el rojo en la tierra. Consideré que esta se presentaba como una extraordinaria oportunidad no ya de seguir colaborando a la causa de Thrall, sino para comenzar a pulir mis romas aptitudes para la lucha. De esta manera, me hice acopio de víveres y pertrechos varios y compré con mis ahorros una maza y un escudo que, aunque rudimentarios, consideraba suficientes para comenzar mi aventura, que en ese mismo momento daba comienzo rumbo a El Cruce.

Como medida para proteger a la población civil que no fuera capaz de valerse por sí misma en un mundo tan hostil, el Jefe de Guerra había dispuesto que no se permitía viajar con dracoleones a aquellos que no obtuvieran su pase a la zona previamente, como prueba de que eran capaces de sobrevivir en ese entorno. Por tanto, no me quedó más remedio que comenzar mi camino a pie. No quería correr muchos riegos, de modo que decidí seguir el sendero custodiados por los guerreros de Orgrimmar en lugar de adentrarme incautamente por las llanuras de Durotar.

Tras un par de días de camino, alcancé el río que separaba las tierras de Thrall y las de Los Baldíos, lo que implicaba que me hayaba esperanzadoramente cerca de mi destino. Acostumbrado a la yerma Durotar, quedé impresionado con la vitalidad que reezumaba la savana que se presentaba ante mí. Si bien la tierra no reflejaba el verdor deseable de un verjel, su rojo arcilloso hacía intuir que se trataba de un suelo tremendamente rico y que tan sólo las constantes luchas y el clima adverso impedían que una jungla se abriera camino. La fauna era ciertamente fascinante. El ciclo de la vida se veía constantemente en cada uno de los animales: en las gacelas que recorrían velozmente la savana huyendo de sus predadores leonas, en las girafas que buscaban las verdes hojas de las copas, o en las hienas que purificaban lo que otros paladares despreciaban. Por momentos sentía toda esa vitalidad en mi interior como si la tierra me susurrara y me contara sus vivencias.

Con este regalo para mis sentidos, decidí acampar pasado el río aprovechando la seguridad que el próximo puesto de observación de la horda me propiciaba. Al día siguiente proseguí sin demora mi marcha y aunque el día se prometía tranquilo, no estuvo más lejos de esta realidad. Al mediodía, cuando el Sol ajusticiaba a los débiles, me hallaba pasando cerca de un asentamiento de los hombres-cerdo. Ya me las había visto alguna vez con estas asquerosas criaturas, dado que en alguna ocasión se habían propuesto saquear el lugar en el que estábamos construyendo el zeppelín de Orgrimmar. Pero en esta ocasión estaba solo y su número era mayor.

Un par de ellos salieron a cortarme el paso mientras obeservé que un cazador me rodeaba con su mascota hiena. El primero de ellos comenzó a invocar unas artes druídicas que hicieron brotar de la tierra unas raices que pronto atraparon mis pies. Atónito ante ese ataque tuve que pensar en una escapatoria con presteza, antes de que se abalanzara hacia mí el cazador que acechaba mi sombra y acabara siendo el banquete de los hombres-cerdo. Con mi maza destroce aquellas extrañas raices y comencé a correr hacia una montaña del norte. La mascota del cazador no vaciló en seguirme, pero eso era justamente lo que pretendía. Con todas las fuerzas que podía reunir me acerqué hasta unos matorrales. Justo al llegar me asaltó una leona que rugía con furia ante mi intromisión en su territorio. Al mismo tiempo, ya podía sentir el aliento de la hiena de los hombres-cerdo en mi cuello. Con toda la sangre fría que pude reunir esperé hasta el momento justo y lancé una carga de dinamita que aturdió a los dos animales durante unos segundos preciosos, que aproveché para esconderme en los matorrales.

Tras esos segundos de desconcierto, la leona y la hiena se hallaban frente a frente y fue entre ellas la batalla que amenazaba mi vida. Mientras aquellos animales luchaban por su supervivencia, me apresuré a escalar la montaña, antes de que los hombres-cerdo se percataran de esta treta. Por fortuna, consideraron que mi vida no valía lo suficiente como para adentrarse en territorio de leones y decidieron volver a su asentamiento. Por mi parte, continué escalando aquella montaña hasta que consideré que me hayaba en un lugar seguro en el que descansar y planificar mi continuación del viaje.
De madrugada y bajo el amparo de las estrellas, reanudé mi marcha esperando que la oscuridad me ocultara de los hombres-cerdo. Afortunamente, el plan funcionó y casi al alba alcancé El Cruce en donde, antes de comenzar a ayudar a los locales, decicdí darme un día de descanso para reponerme del arduo viaje.

(continuará...)

sábado, 17 de enero de 2009

El encuentro en el bosque

¡Saludos Oradores!
Tras mi precipitada caída desde el zeppelín me encontraba confuso y aturdido. Era la primera vez que veía aquél desolado bosque antaño hogar de la vanidad y orgullo humano. Por fortuna conseguí vislumbrar algunas lejanas luces en el horizonte que parecían presagiar la presencia de una pequeña aldea. Salvo Entrañas, apenas conocía nada más de la geografía deformada por la guerra del lugar, pero consciente de que era terreno aliado, avancé confiado hacia la población.

Apenas me quedaban unos metros por recorrer cuando desde la tenebrosidad del bosque apareció una figura impía y aterradora. Ante se alzaba un enviado de la Legión Ardiente, el mayor de los horrores que mi raza había conocido. Este ser estaba recubierto por un aura de muerte y corrupción. Su poder se sentía como una cuchilla en el cuello o una lengua bífida susurrando al oído. Sus vestimentas iban adornadas por calaveras, quizá de alguna víctima cuya esencia había consumido para aumentar su poder. Más aún, este despreciable ser se acompañaba por un pequeño demonio de mirada penetrante que dejaba tan solo tierra yerma y marchita con cada paso. El diminuto diablillo chapurreaba una lengua que preferí ni intentar entender y que parecía sentenciar mi existencia.

Paralizado de miedo vi como poco a poco se acercaba a mí. Casi había asumido mi muerte (ciertamente triste vistos los antecedentes de cómo llegué hasta ahí), cuando me dijó con voz afable:
- Curioso lugar para encontrar un orco, ¿cómo os habéis encontrado en tan lejano lugar, caballero orco?
- Pues... caí del zeppelín. -Contesté tras sentir cierto alivio al comprender que mi muerte estaba reservada para un futuro más lejano.

El cortés no-muerto mostró su rostro y se presentó como sirviente de la reina Banshee, Sylvanas. Me explicó que había acudido al bosque para recoger algunos minerales que usaba en su taller de joyería, cuando vió algo caer del zeppelín y se acercó a ver si podía ayudar en algo. Así pues, se ofreció a acompañarme hasta Rémol, la aldea que había visto en la lejanía, no sin antes haberme aliviado las heridas con unos vendajes que aplicó con gran maestría en los primeros auxilios.

Una vez en Rémol decidí invitar a mi nuevo amigo a una copiosa cena en la taberna (aunque padecía por ver que quizá tuviera algún agujerillo por el estómago). Una vez allí quise conocer un poco más sobre por qué había un brujo que no era esclavo de Sargeras, algo que ciertamente me inquietaba desde que lo vi.
- ¿Cómo es posible que un siervo de Sylvanas y amigo de la Horda domine las artes oscuras de la brujería?
- Amigo orco, -contestó con tono condescendiente- joven sois aún y poco parecéis conocer de este mundo. Este arte que conocéis como oscuro no lo es por su origen sino por su uso. Al igual que un cuchillo puede dar muerte a un ser querido o al ganado que coronará un banquete, mi magia no es oscura puesto que sirve para que la oscuridad de Sargeras o Ner'zul no alcance estas tierras.
- Así pues, ¿no rendís culto a Sargeras? -Comenté con cierta sorpresa.
- Por supuesto que no. -Afirmo junto a una carcajada- Mi señora es Sylvanas y a ella debo lealtad. Los demonios son mis siervos y esclavos y no sois vos, amigo orco, quien debe temer por su presencia, sino ellos ante mi cólera. Aunque me sirva de su poder, saben bien que su vida depende de mi voluntad.

Esta conversación me abrió un poco los ojos sobre el mundo. Me di cuenta de que había muchas cosas que aún desconocía de Azeroth y me propuse adentrarme un poco más en sus vivencias. Por ello decidí regresar a Orgrimmar para desde allí partir hacia Los Baldíos, lugar con grandes cicatrices de batallas pasadas y en el que no son pocas las razas que conviven.

De esta manera, tomé el zeppelín (ya plenamente operativo) para regresar a Orgrimmar. Antes, me despedí de mi nuevo amigo no-muerto, con el que había tenido el placer de compartir un par de días y que tuvo la deferencia de mostrarme la gran ciudad subterránea de Entrañas, en donde pude saber que a este poderoso brujo todo el mundo le conocía y respetaba como Keldar.

martes, 13 de enero de 2009

El orco con gafas

¡Saludos Oradores!

Tiempo ha desde que comencé mis aventuras en este mundo recubierto de cicatrices y abrasado por batallas. A lo largo de mi vida he visto cosas sorprendentes que mis retinas apenas han podido tallar y sentido un abanico de emociones más allá de lo que los elementos pueden contarme. Pero este humilde chamán no está aquí para aburrir al lector con tontas historias de sobra recogidas por el glosario de libros que los escribas de Dalaran han redactado, sino más bien para aderezar la historia de la Horda con unas cuantas anecdotas de un orco que ha conseguido destacar entre sus coetáneos por sus inconfundibles gafas.

Mi historia, la del orco Senkyoshi, y como la de tantos otros orcos, radica sus recuerdos en algún difícilmente ubicable campamento de reclusión alianza. Debido a la fragilidad y debilidad de esas gominolas de carne llamadas gnomos, los orcos eramos en ocasiones requeridos como mano de obra, merced a nuestra fuerza bruta, en sus creaciones. Así es como comencé a familiarizarme con la ingeniería. Los gnomos, con esa cabecita de melocotón que tienen, ni por asomo creyeron que podía un orco albergar el menor atisbo de inteligencia. De esa manera no ocultaron secreto alguno de sus injvenciones mientras usaban mis dotes en sus talleres. Así pues recibí un cursillo acelerado de ingeniería gnoma que me fue de lo más útil a lo largo de mi vida.


Tras la liberación y todo el rollo este de la marcha a Kalimdor y la 3ª Guerra (la que era contra el cabeza-calamar demonio) se vivió un breve periodo de calma chicha, porque la Horda aún no ha incluído la palabra paz en el diccionario. Fue en ese momento cuando se me presentó la oportunidad de pasar de un simple peón de Orgrimmar a ingeniero de transportes de la horda. Con la llegada de los nuevos aliados, los Renegados, Thrall creyó conveniente construir una línea aérea hasta Entrañas (al parecer lo de partir medio continente para que llegara un barquito se salía del presupuesto).

Visto que los orcos muy mañosos no eran, nuestro querido jefe de guerra tuvo que pedir ayuda a los goblins de Trinquete para crear la red de Zeppelines. Éstos no dudaron en ayudarnos (sablarnos) en tan gloriosa labor, pero la Horda creyó conveniente incluir algunos voluntarios en el proyecto para no abusar de la voluntariedad (evitar que nos sacaran hasta el riñón) de los orejones verdes. Así que no lo dudé y me presenté voluntario. De esta manera comencé a labrarme un nombrecito entre la Horda y se me abrió la posibilidad de volver a visitar mi antiguo continente.

Tras meses de mucho trabajo se terminaron las torres de Durotar y Entrañas y el primer zeppelín estaba listo para partir. En este glamuroso primer vuelo estuve invitado para ver el recorrido desde la cubierta, honor que acepté con mucho gusto. Tuve que reconocer que quedé muy impresionado por la obra de la ingeniería goblin y de ver cómo se había dado un magno paso en el desarrollo de las comunicaciones de ese mundo, tanto como ver que la ruta del zeppelín había sido torpemente trazada para sobrevolar la tumba de Sargeras. En este detalle no cayeron muchos de los tripulantes y creí que era mejor idea que pensaran que eran islas de placer. Ya me reiría luego si se montaban un crucerito que hiciera escala allí.

Tras unas horas de viaje por fin llegamos a Entrañas, en donde se nos recibió con gran alborozo. O al menos eso es lo que me pareció desde lo lejos, ya que al asomarme un tanto en exceso por el zeppelín caí en picado al suelo en donde quedé muy malherido. Pensé que con una mejor armadura y más entrenamiento me habría hecho menos daño, pero recordé de las lecciones de ingeniería gnoma que la gravedad hace un daño proporcional a tu complexión (¿eh?). Y es en aquel desolado bosque cercano a Rémol en donde encontré a un peculiar no-muerto. Pero esto lo dejaré para otro día...

PD: Las gafas las llevo para evitar que las virutas me salten a los ojos mientras trabajo. Era obvio, ¿no?