martes, 27 de enero de 2009

Tres hombres, dos destinos, un objetivo

¡Saludos Oradores!

Era ya la tarde del segundo día desde que mandé la misiva a Keldar. Las horas tras la batalla de Las Charcas del Olvido habían sido placenteras y habían devuelto la paz a una región que pocas veces ha podido degustarla. Los informes de inteligencia revelaban que los centauros de la zona habían sido apaciguados, lo que confirmaba que no existía presencia de la corrupción demoníaca en el agua. De todos modos, Bancuro mantuvo una pequeña avanzadilla en una colina cercana para prevenir cualquier movimiento sospechoso, ya que nunca estaba de más ser precavidos.

El Sol comenzaba a fundirse con la montañas mientras el polvo y la calidez de la tierra de la savana de Los Baldíos daban una visión enturbiada a la par que sensual de su estertor. Fue en estos instantes cuando el maestro de vuelo avisó de la llegada desde el este de un dracoleón. El dracoleón volaba con una velocidad endiablada contra los rayos del Sol sin parecer dudar lo más mínimo ante su capacidad cegadora. A sus lomos ya se atisbaba la figura conocida de un brujo no-muerto con espaldares espinosos y adornados de calaveras. Nada más descender Keldar se dirigió sin vacilar hacia la taberna para acudir a mi encuentro y el de Bancuro, mientras una prole de aldeanos y niños observaban con una mezcla de respeto y suspicacia al recién llegado, algo que de algún modo llegaba a molestar al brujo, aunque supo mantener la compostura.


Antes de que entrara a la taberna, Bancuro y yo habíamos intuido el aterrizaje de Keldar por el repentino murmullo que se había formado, algo que sin duda respondía a la presencia de un extranjero. Nada más entrar, Keldar realizó una muy cortés reverencia hacia nosotros. Me puse en pie para recibirle y le devolví la deferencia como buenamente supe, aunque era difícil estar a la altura del cortés brujo en estas lides. Tras las pertinentes presentaciones nos pusimos manos a la obra a debatir el asunto que había obligado a mi amigo brujo a recorrer medio mundo.

- Bien caballeros, ¿dónde está la tan parlamentada muestra que me ha traído ante vos? -dijo Keldar para introducir el tema-.
-Aquí la tienes, brujo -prosiguió Bancuro-. Fue extraída de un herida reciente de un centauro contra el que nos enfrentamos en Las Charcas del Olvido.
- Veamos pues qué nos puede revelar de su orgien esta sangre -concluyó Keldar-.

Inmediatamente, Keldar comenzó a extraer con su mano como una especie de esencia desde la sangre. Unos hilos mágicos brillantes de color rosado comenzaron a conectar al brujo con la sangre. Finalmente, el brillo de la sangre se extinguió a la vez que en la mano de Keldar se sintetizaba una pequeña piedra rojiza y brillante, que emanaba un leve aunque palpable poder impío.

- ¿Qué es lo que has hecho con la sangre, Keldar? -pregunté con gran intriga-.
- Lo que he hecho, amigo orco, es extraer la esencia del alma demoníaca que estaba encerrada en esas muestras de sangre -explicó Keldar-. Gracias a que habéis podido conservar con garantías esta muestra, he podido sintetizar ese poder en esta piedra y, a partir de aquí, podré intentar escudriñar qué poder demoníaco se da presencia ante nos.

Keldar comenzó a examinar con detalle la gema que había condensado. Tras unos minutos de incertidumbre finalmente se dispuso a exponer sus hallazgos.

- La esencia que he extraido corresponde, sin duda alguna, a la de un señor del foso -comunicó Keldar sin el menos atisbo de duda-.
- ¡Pero es totalmente imposible! Mannoroth fue derrotado -sentencié a la vez que golpeé con fuerza la mesa ante la reprobadora mirada de Oniris, la tabernera-.
- Contrólate un poco, pequeño orco -se apresuró a decirme Bancuro-. Nadie ha dicho que sea Mannoroth el señor del foso.
- Efectivamente, caballero tauren -prosiguió Keldar con sus deducciones-, pese a que sea la sangre de un señor del foso no creo probable que esta se corresponda con la de Mannoroth, aunque la calidad de la muestra no me permite conocer con exactitud a qué criatura pertenece.
- Entonces, ¿volvemos a encontrarnos ante un atolladero? -comentó Bancuro-.
- No del todo -dijo con tono esperanzador mi amigo brujo-. Quizá pueda corroborar que no se corresponde esta sangre con la de Mannoroth si examino a algunas de las criaturas demoníacas de su nicho en Vallefresno.
- Pues no esperemos más y partamos de inmediato hacia Vallefresno -exigí a mis compañeros de mesa-.
- ¡Quieto ahí parado, Senkyoshi! -se apresuró bancuro a cortar mi ímpetu-, con tu capacidad de lucha actual serías un estorbo para Keldar más que una ayuda. Así que creo yo que sería mejor que dejases este asunto en mis manos y las de Keldar y procurases buscar algún otro modo de ayudar a la Horda.
- Pero no puedo quedarme quieto mientras sé que la amenaza demoníaca está tan cerca de mi gente -quise rebatir a Bancuro, aunque en el fondo no le faltaba razon-.
- Eres tozudo, chico -dijo Bancuro como ya saberdor de que iba a replicarle-. En fin... creo que algún potencial tienes para comunicarte con los elementos. Quizá te podría llevar a Mulgore para entrenarte como chamán de la Horda. De ese modo ya no serías una molestia.
- ¿¡ Un chamán!? -dije con una mezcla de extrañeza y rabia-. No empieces de nuevo a decir tonterías. Iré a Vallefresno. No puedes ponerme impedimentos estúpidos.
- Modera tu tono, Senkyoshi -dijo con cierta molestia-. No olvides que soy un Campeón de la Horda y que te estoy haciendo un favor y una gran oferta.
- Vamos, vamos caballeros -cortó la cada vez más acalorada discusión Keldar-, tomémonos esto con la calma que merece. Senkyoshi, debéis ver la sabiduría en las palabras del tauren. Es importante conocer nustros límites para poder superarlos. Si de verdad queréis ayudar a la Horda, reuníos conmigo en Vallefresno cuando estéis preparados para luchar con la Legión Ardiente, pero antes aceptad el buen ofrecimiento de Bancuro.
- De acuerdo -dije más calmado-. Me he dejado llevar por mis emociones, no debería haberme comportado así. Ruego que me disculpéis.
- Entonces, nuestros cominos están determinados -resumió Bancuro-, mañana al alba partiremos Senkyoshi y yo hacia Mulgore mientras Keldar comienza a investigar en Vallefresno. En cuanto Senkyoshi esté preparado, acudiremos en tu ayuda -y añadió mientras alzaba su jarra de cerveza-, ¡salud!
- ¡Salud camarada! -añadió Keldar-.
- ¡Salud! -dije para no quedarme atrás-.

Tras una reconfortante última noche en El Cruce partimos sin demora cada uno a nuestros destinos. Aunque algo reacio, bancuro se ofreció a llevarme en su kodo de guerra, quizá por desconfianza de que fuera capaz de llevar las riendas de mi propio corcel. Me despedí amablemente de Oniris y monté con Bancuro que con un potente golpe de espuela puso en marcha al kodo que, pese a parecer un animal torpón, lograba alcanzar una considerable velocidad por las extensas llanuras de la savana de Los Baldíos.

Keldar, tras hacer acopio de víveres, se puso rumbo hacia el norte, hacia Vallefresno. Me sorprendió enormemente ver que contaba con su propio caballo pues había llegado por el aire, pero al parecer su poder era tal que tenía subyugado un corcel demoníaco que usó para emprender su travesía por la savana tras concluir un ritual de invocación que tuvo la precaución de realizar sin público para no levantar la desconfianza de la población local. Así pues, con el objetivo de descubrir qué señor del foso estaba detrás de todo este asunto, partimos todos raudos a prepararnos para los que estaba por llegar.

(continuará...)

[La BSO de las Sombras ha sido actualizada]

domingo, 25 de enero de 2009

La sombra de la Corrupción

¡Saludos Oradores!

Me recompuse como pude de lo poco que quedaba sin fracturar de mí tras la batalla y acudí a la petición de Bancuro. Nada más llegar yo también me percaté de que algo extraño pasaba con aquella sangre, aunque no era capaz de sospechar hasta qué punto iba a tornarse en mi quebradero de cabeza ese hallazgo.

- ¿Cómo te llamas, orco? -me preguntó con tono enérgico Bancuro-.
- Senkyoshi, señor -respondí rápidamente-. He venido desde Orgrimmar para echar una mano a la Horda en su lucha contra los hombres caballo.
- ¡Ja, ja! -soltó el tauren una sonora carcajada al cielo-. Por tus pintas cualquiera diría que eres un guerrero.
- Quizá mi preparación no sea la adecuada, pero mi determinación es firme, señor -respondí con cierto resquemor por lo que era la constatación de una verdad a gritos.
- En cualquier caso, Senkyoshi, esto no es de lo que te quería hablar -de repente su mirada volvió a recobrar la inquietud de hacía unos instantes-. Fíjate bien en la sangre, ¿lo ves?
- Puedo apreciar que posee un cierto resplandor y que su temperatura es alarmantemente elevada, señor -proseguí con las observaciones-. Además, siendo una muerte tan reciente, es de suponer que la sangre circulaba por el cuerpo del centauro en estas condiciones, lo que aún lo convierte en un hecho más insólito si cabe.
- Veo que eres observador, pequeño orco -me dijo a la vez que esgrimia una breve mueca amable-. Pero si te pregunto justo a ti, no es porque crea que tengas buenos conocimientos en anatomía. Fíjate nuevamente y dime si te suena de algo esta escena.

Bancuro me dió una palmada en la espalda para acercarme más a la herida abierta del centauro. Lo cierto es que palmada podría definirse como un eufemismo ya que no mesuró bien su fuerza y su golpe estuvo a punto de terminar de quebrar mis doloridos huesos. En cualquier caso, me situó a poco más de un palmo de la sangre y fue entonces cuando caí en la cuenta de lo que realmente estaba ante mis ojos. El estupor de presenciar aquello dilató terriblemente mis pupilas y comencé a sudar en frío mientras me apresuré a retoceder de aquella perturbadora imagen. La extraña luminiscencia y la temperatura elevada no eran sino signos evidentes de que aquellos centauros habían sufrido la maldición de la sangre.

No podía creerlo. Tras lo mucho que la Horda y, en especial, los orcos habíamos luchado por liberarnos de esta maldición, ésta se cernía de nuevo sobre nosotros. El sacrificio de Grom para derrotar a Mannoroth había quedado en vano pues la corrupción seguía asolando aquellas tierras que habíamos podido llamar hogar. Ahora me explicaba todos aquellos relatos sobre la repentina actitud colérica de los centauros, la mano de la Legión Ardiente estaba detrás.

- Es la corrupción de la sangre -grité alarmado a Bancuro-. Los demonios han regresado para reclamarnos como esclavos. Debemos huir y avisar a Thrall cuanto antes.
- ¡Cálmate! -me imperó Bancuro mientras me sacudió un golpe en la cabeza-. Sea lo que sea sólo ha afectado a un grupo aislado de centauros. Lo primero será asegurar la zona y tomar muestras de la sangre de estos centauros y de las aguas de la charca. Después con más calma planificaremos nuestros pasos. Este es un asunto delicado Senkyoshi, -pasó a un tono más condescendiente-, lo primero es no causar alarma y no precipitarse.
- De acuerdo, señor.

Mientras Bancuro comenzó a dar órdenes a sus hombres, me dirigí a la retaguardia para buscar un poco de apoyo médico que me atendiera mis heridas. Fue en esos escasos instantes en los que me hallaba solo que un centauro moribundo creyó que la mejor manera de dejar este mundo era con mi compañía. El centauro no lo dudó y con las escasas fuerzas que le quedaban se abalanzó violentamente sobre mí esperando derribarme de un sólo golpe. Cada vez veía más cerca al centauro y, cada segundo que pasaba, mi cuerpo me daba una nueva negativa a reaccionar. El miedo me paralizaba los músculos y me bloqueaba la mente, simplemente era espectador de lo inevitable.

De pronto, comencé a sentir algo. La atmósfera se tornó negra y el centauro era la único que veía, pero paso a moverse más y más lentamente. Empecé a notar un cosquilleo que brotaba de la tierra y acariciaba mis pies. El cosquilleo se fue transformando en una fuerza incontrolable que se empezaba a acumular en mis manos, mientras creí oir a cielo y tierra hablarme. La energía de mis manos comenzó a quemar mi piel y a deslumbrar a mis pupilas, de modo que extendí mis brazos con violencia con la esperanza de lograr deshacerme de aquel repentino poder que se había adueñado de mí. Al hacer esto un potente relámpago salió en dirección al centauro que cayó fulminado ante el poder de la naturaleza. Todo el mundo quedó atónito ante lo ocurrido. Bancuro, que había acudido raudo a prestarme ayuda, sonrió y dijo: "¡Al final sí que va a parecer que sabes hacer algo y todo, ja, ja, ja!".


De vuelta a El Cruce, y sin explicarme aún muy bien yo mismo lo que había pasado, quise quitarme un poco de tensión charlando con los tauren que acompañaban a Bancuro. Me contaron que era un guerrero muy apreciado en las praderas de Mulgore y que ostentaba el rango de Campeón de la Horda, título que había ganado por sus largos años de servicio a las órdenes del Jefe de Guerra. Ciertamente no me extrañó lo más mínimo escuchar aquello depués de haberle visto en el campo de batalla y en cierto modo sentí orgullo por haber compartido una pelea con él.

Al llegar a El Cruce la mayor parte de los luchadores se dirigieron como una jauría de perros a la taberna sin saber, incautos de ellos, que Oniris daría buena cuenta del primero que se le fuera mínimamente la pinza. Bancuro y yo acudimos al alquimista local con el objetivo de obtener alguna respuesta sobre aquellas muestras que habíamos recogido. Tras unos minutos de espera, el alquimista regresó con los resultados.

- Bueno -comenzó a hablar el alquimista-, en efecto esto que me traéis es sangre de centauro contaminada con sangre de demonios.
- Así que es cierto que la Legión Ardiente está aquí -dije con cierta alarma-.
- No lo creo, esto...
- Senkyoshi -respondí ante la duda del alquimista-.
- Un poderoso chamán -afirmó Bancuro entre risas-.
- ¿Chamán? Yo me dedico a la ingeniería señor -me apresuré a corregir desconcertado-.
- No me digas que no sabes ni los poderes que utilizas, jo jo jo -sentenció Bancuro mientras pareciá que se le enganchaba la risa o más bien, su burla-.
- Caballeros, por favor -dijo el alquimista cortanto nuestra inoportuna divagación-, el tema que nos ocupa es serio. Como decía, no creo que esto sea obra de demonios. Una criatura tan... digamos inferior como los centauros moriría sin remedio ante el contacto directo de la sangre de demonios, así que se han contagiado a través de otra fuente.
- La charca, ¿quizás? -apuntó Bancuro-.
- He ahí la buena noticia, el agua de la charca es tan pura y sana que deberíamos pensar en embotellarla para vendérsela a los pijos de Quel'thalas, je, je -afirmó con tono socarrón el alquimista.
- Así pues, ¿de dónde procede esta corrupción? -pregunté con gran intriga-.
- Me temo que ese es el gran misterio -dijo con cierto pesar-, mis conocimientos sobre demonios y mis herramientas no me permiten indagar más a fondo en este asunto. Lamento que no podré seros de gran ayuda de aquí en adelante.
- No te apures, alquimista -comentó amablemente Bancuro-, tu ayuda aquí ya ha sido más que inestimable.

Tras esta reveladora a la par que desconcertante charla, Bancuro y yo nos dirigimos a la taberna, ya bien entrada la noche, para ver si un par de pintas nos refrescaban las ideas. Al llegar a la taberna se oía un barullo que no por esperado dejó de hacerme gracia. Al parecer, algún tauren que le había dado en exceso a las jarras de vino había comenzado a montar bronca, lo que provocó la ira de Oniris que conjuró una de sus palabras de las sombras sobre el pobre tauren que no paraba de darse de golpes con la mesa pidiendo a gritos que cesara la tortura. Visto que no parecía estar de muy buen humor, no quise importunar mucho a Oniris, aunque como de costumbre me había reservado una sonrisa y también había reservado unos cuantos (miles) de piropos para Bancuro.

Ya sentados en la mesa, Bancuro comenzó a sopesar las posibilidades que se abrían ante nosotros, no sin antes explicarme por qué me había dejado implicar en esta aventura.

- Lamento haberte metido en este turbio asunto Senkyoshi, pero los tauren nunca hemos padecido la corrupción de los demonios y, conocedor de que tu raza ha tenido sus más y sus menos con la Legión, creí oportuno usar tus experiencias para indagar en el tema.
- No se preocupe, señor -comenté a Bancuro-, para mí es un gran orgullo poder ser de utilidad para mi gente y la Horda.
- Por favor, no me llames señor que me hace parecer mayor.
- De acuerdo esto... ¿Campeón? -le dije con ciertos reparos-.
- ¡Ja, ja, ja, no tienes remedio! -afirmó mientras reía-. En fin, ¿qué sugieres para avanzar en este asunto?
- Había pensado, si lo considera una buena opción, que podríamos consultar a un poderoso brujo de Entrañas llamado Keldar sobre la procendencia de la contaminación -argumenté con convicción-. Es un experto en las artes demoníacas y quizá pueda decirnos qué clase de demonio o incluso qué demonio en concreto es el artífice de esta plaga.
- Pues que así sea -dijo Bancuro-, me parece una buena idea. Te dejo vía libre para que contactes con el brujo, a ver si él puede traer algo de verdad al asunto.

Tras esto, la conversación continuó algunos pocos minutos más tratando temas intrascentes. Al poco rato, Bancuro se retiró a sus aposentos alegando haber sido un día bastante duro y que necesitaba reposo. Estaba yo en ademán de seguirle los pasos, pero creí conveniente escribir la carta a Keldar comentándole los pormenores del asunto y requiriendo su pronta presencia en Los Baldíos para poder ayudarnos, de manera que le llegara la carta lo antes posible. Tras escribir el correo, yo también me fui a descansar de lo que había sido un día muy largo.


(continuará...)

martes, 20 de enero de 2009

Guerreros a cuatro patas

¡Saludos Oradores!

Tras mi accidentado paso por Los baldíos, había llegado al fin a El Cruce. El pueblecito fue construido casi a la par con Orgrimmar para asegurar la ruta terrestre a Mulgore. Pero estas vanalidades históricas poco me importaban en ese momento. Las jornadas habían sido difíciles, de modo que decidí tomarme un merecido descanso en la taberna local. La taberna estaba regentada por una atractiva trol de larga y plateada melena. Pese a que no se puede decir que estuviera gozando de la flor de la vida, los años la habían perdona y premiado con un cierto halo descaro que la seguían manteniendo codiciada por muchos de los parroquianos. Mayor fue la sorpresa al percatarme que la tabernera no era otra sino una antigua amiga, Oniris, que durante la 3ª guerra había luchada curando a los heridos.

- Cuánto tiempo sin verte, Senkyoshi. ¿Qué trae a un orco fornido como tú por mi tabernilla? -me dijo mientras me guiñaba un ojo.
- He decidido ver mundo y ver si podía echar una mano en El Cruce con los centauros -expliqué escuetamente-. Veo que los años te han tratado muy bien.
- Ya sabes, los remedios caseros de los trols nunca fallan -apunto mientras me temía que, como antaño, comenzara a enrollarse a contar sus romances-. Una cabeza de ajo restregada por la cara, boniatos cocidos ahumados en las fosas nasales, reducción de cabeza...

Antes de que mi cabeza se encontrara en shock, desconecté brevemente de la conversación mientras me arrepentía de haber indagado en un tema que resultó tan peligroso. Momentos después, Oniris me sacó del más allá con un jarrazo en la sesera.

- Encanto, -dijo con un tonillo socarrón- sigues despitándote con las musarañas como hace años. Me alegro mucho de verte.

Tras esta frase se dirigió a atender a otro cliente. Me di cuenta de que me caía un hilillo de sangre de la cabeza, prueba irrefutable que que la tabernera era tan hermosa como basta. No obstante, era agradable reencontrarse con una vieja amiga lejos del hogar.

Tras la agradable (pese a los posteriores mareos y los puntos de sutura) noche en la taberna dormí largo y tendido hasta bien entrado el día siguiente. Ya había perdido el día anterior tontamente y era el momento de ponerse manos a la obra de nuevo. Comencé preguntando a los locales un poco sobre la situación. Un cazador local me comentó que había notado que la agresividad de los centauros asentados hacia el norte había aumentado notablemente en las últimas semanas. Al parecer, los centauros siempre habían sido terriblemente territoriales, pero nunca se habían abalanzado de un modo tan imprudente y salvaje frente a las defensas de la Horda. Igualmente me comentó que nadie había hecho nada para provocar esta ira repentina y que los intentos de diálogo se habían cerrado con cabezas cortadas.

Ansioso de curiosidad por tan insólito hecho, decidí seguir indagando más. Para ello solicité entrevistarme con el capitán de las fuerzas de El Cruce. Aunque reacio ya que tenía muchos asuntos que atender, accedió a verme, quizá con la esperanza de que pudiera aportar algo de luz sobre el asunto, aunque lamentablemente para él no fuera el caso. Con tono altivo y claras muestras de querer acabar cuanto antes me explicó que sólo el asentamiento de Las Charcas del Olvido se había tornado tan agresivo y que dicho cambio no respondía a provocación alguna. Al mismo tiempo comentóq eu la solución estaba próxima, pues había solicitado ayuda a Cima del Trueno para lidiar con el problema cuanto antes, ya que bastantes problemas daba la alianza y el resto de centauros como para permitir que se desbocara la situación.

Prestamente despedido de la reunión, pedí permiso a los guardias para unirme como voluntario a la avanzada de la Horda frente a los centauros de las Charcas del Olvido y me dirigí hacia allí. Desde la lejanía ya se podía oir el sonido del acero chocando y los altrabuces disparados. El olor férreo de la sangre comenzaba a invadir el ambiente y el polvo se entremezclaba con el fuego creando una brisa letal. Sin demora me puse a las órdenes del oficial al mando que, bastante reacio al ver que no tenía las pintas de un guerrero ni mucho menos, me animó a incorporarme al frente para frenar el ataque de los centauros, mientras los cazadores los derribaban desde la distancia.

Con todo el coraje del mundo que pude reunir me abalancé hacia la primera línea de batalla. Mi inseguridad me hacía sostener mi maza con tanta fuerza que casi me sangraba la palma de la mano. Aún así contagiado por la virulencia de la batalla comencé a sestar certeros golpes contra los centauros. Por mi izquierda se me avalanzó el primer centaro. Logré repeler su lanza con el escudo y gané tiempo para atacar con mi maza. De un fuerte golpe quebré una de sus patas delanteras y logré postrar a mi enemigo, aunque antes de poder rematarlo una flecha fue la que acabó con el. Esta victoria momentánea me animó sobremanera y mientras la sangre de mis enemigos me dotaba de fuerzas, grité con todas mis fuerzas para amedrentar a los rivales.

Nuevamente me hallé frente a frente con un centauro. Mis manos ya no temblaban y mi escudo se mantenía firme ante sus embestidas. En mi defensa logré localizar sus puntos flacos que utilicé para derribarlo y acabar con su vida. Me dejé llevar por la locura de la muerte, me sentía invencible y rompí la línea para pasar al ataque en solitario. La fuerza de mi carrera basto para que con una embestida de mi escudo cayera al suelo un centauro defensor mientras me preparaba para seguir machacando los frágiles huesos de los hombres caballo. No tardé en darme cuenta de lo grave de mi error, pues pronto em vi rodeado por varios centauros y mis habilidades estaban lejos de superar una lucha en desventaja. La fría realidad atenazó nuevamente mis músculos y volví a embutirme en la piel del cobarde orco que tuvo que escapar de unos hombres-cerdo. Ahora me hallaba asediado por centauros, enemigos mucho más fieros y poderosos y no había escapatoria posible.

A la vez que mi escudo se quebraba ante los embates de mis asaltantes. Varios centauros se las habían ingeniado para rodear las defensas hordas. Desde la lejanía, y a salvo de los cazadores de la Horda, invocaron nubes tormentosas que comenzaron a golpear con virulencia nuestra retaguardia. Nunca había visto que la naturaleza pudiera ser invocada de esa manera. Por momentos creí sentir que la tierra gritaba mientras caían los truenos, pero los golpes de los centauros me sacaron de mi obnubilación.

La situación se había tornado muy oscura. Yo me hallaba acorralado, exhausto y sin ningún as en la manga. Nuestra defensa se desmoronaba pues mientras perecían los cazadores, los asaltantes de Las Charcas del Olvido cargan ferozmente a los soldados que se hayaban desprotegidos. De pronto, la batalla quedó interrumpida ante el zumbido de lejanos cuernos que se oían en el horizonte. Una estampida de kodos se dirigía velozmente hacia el campo de batalla mientras anunciaba su llegada con un cuerno cuyo sonido quebraba el viento. Rápidamente caí en la cuenta de que esos eran los refuerzos que se habían solicitado a Cima del Trueno. La caballería estaba liderada por un gran tauren negro. El tauren tenía una musculatura descomunal y de su espalda asomaba el mango de un arma de grandes magnitudes mientras. Su mirada era capaz de prender en llamas cualquier enemigo y los gritos de batalla que proclamaba tuvieron efecto inmediato en los centauros que comenzaron a replegarse.

El grueso de los refuerzos se dirigió a nuestra línea defensiva para dar cuenta de aquellos centauros que insensatamente proseguían su ataque y acabar con aquellos que habían emprendido su huída. Mientras tanto, el líder del grupo se aventuró en solitario hacia la defensa de los centauros. Se alzó de pie en su montura y se abalanzó de un salto sobre varios centauros que perecieron antes de tocar el suelo. Los centauros que amenazaban mi vida me ignoraron como quien ignora a un insecto por inofensivo y se abalanzaron sobre el tauren con la creencia de que más tarde darían cuenta de mí. La grandiosa arma del tauren había resultado ser una descumunal hacha que el guerrero manejaba con extrema destreza. Los centauros caían a pares con cada golpe del asaltante de Mulgore mientras este exclamaba: "¡Ha llegado vuestro fin cobardes!¡La furia de Bancuro caerá sobre vosotros!". El tauren que se autodenominó Bancuro lanzó un fuerte pisotón en el suelo que hizo caer en redondo a los centauros que aún huían. En ese mismo momento decidió dar por finalizado el combate al lanzarse girando sobre sí mismo con el hacha extendida hacia los ya pocos supervivientes centauro.

La calma se hizo dueña de La Charca del Olvido. Bancuro ordenó antender a los heridos y recomponer la defensa para prevenir un posible ataque a traición de los centauros. Mientras se retiraba del campo de batalla, se giró prontamente hacia un centauro con una gran herida abierta y comenzó a examinar su sangre. Su rostro comenzó a tornarse serio. En ese mismo instante, lanzó un gran grito:
- Tú, orco -dirigiéndose a mí-. Necesito que vengas de inmediato.

(continuará)

lunes, 19 de enero de 2009

La partida

¡Saludos Oradores!

Tras mi estancia en las tierras del este, me hallé de vuelta en mi acogedora Durotar. Esta vez el viaje no tuvo sobresaltos y tuve tiempo para reflexionar sobre lo mucho que había avanzado el transporte en los últimos años y de lo pequeño que se había tornado nuestro mundo. Ciertamente, un servidor orco se sentía profundamente orgulloso de haber colaborado en esa empresa, pero había llegado la hora de tomar un nuevo rumbo.

Así pues, acudí a Orgrimmar en busca de algún rumor o noticia de lugares lejanos que requirieses unas manos verdes para ayudar. En la taberna de Orgrimmar, varios trolls comentaban con preocupación que el tránsito terrestre hasta Trinquete o Mulgore se había convertido en harto peligroso. Al parecer, el principal asentamiento de la Horda en la zona, El Cruce, se hallaba constantemente asediado por centauros y vándalos de la Alianza cuya única diversión era la de ver correr el rojo en la tierra. Consideré que esta se presentaba como una extraordinaria oportunidad no ya de seguir colaborando a la causa de Thrall, sino para comenzar a pulir mis romas aptitudes para la lucha. De esta manera, me hice acopio de víveres y pertrechos varios y compré con mis ahorros una maza y un escudo que, aunque rudimentarios, consideraba suficientes para comenzar mi aventura, que en ese mismo momento daba comienzo rumbo a El Cruce.

Como medida para proteger a la población civil que no fuera capaz de valerse por sí misma en un mundo tan hostil, el Jefe de Guerra había dispuesto que no se permitía viajar con dracoleones a aquellos que no obtuvieran su pase a la zona previamente, como prueba de que eran capaces de sobrevivir en ese entorno. Por tanto, no me quedó más remedio que comenzar mi camino a pie. No quería correr muchos riegos, de modo que decidí seguir el sendero custodiados por los guerreros de Orgrimmar en lugar de adentrarme incautamente por las llanuras de Durotar.

Tras un par de días de camino, alcancé el río que separaba las tierras de Thrall y las de Los Baldíos, lo que implicaba que me hayaba esperanzadoramente cerca de mi destino. Acostumbrado a la yerma Durotar, quedé impresionado con la vitalidad que reezumaba la savana que se presentaba ante mí. Si bien la tierra no reflejaba el verdor deseable de un verjel, su rojo arcilloso hacía intuir que se trataba de un suelo tremendamente rico y que tan sólo las constantes luchas y el clima adverso impedían que una jungla se abriera camino. La fauna era ciertamente fascinante. El ciclo de la vida se veía constantemente en cada uno de los animales: en las gacelas que recorrían velozmente la savana huyendo de sus predadores leonas, en las girafas que buscaban las verdes hojas de las copas, o en las hienas que purificaban lo que otros paladares despreciaban. Por momentos sentía toda esa vitalidad en mi interior como si la tierra me susurrara y me contara sus vivencias.

Con este regalo para mis sentidos, decidí acampar pasado el río aprovechando la seguridad que el próximo puesto de observación de la horda me propiciaba. Al día siguiente proseguí sin demora mi marcha y aunque el día se prometía tranquilo, no estuvo más lejos de esta realidad. Al mediodía, cuando el Sol ajusticiaba a los débiles, me hallaba pasando cerca de un asentamiento de los hombres-cerdo. Ya me las había visto alguna vez con estas asquerosas criaturas, dado que en alguna ocasión se habían propuesto saquear el lugar en el que estábamos construyendo el zeppelín de Orgrimmar. Pero en esta ocasión estaba solo y su número era mayor.

Un par de ellos salieron a cortarme el paso mientras obeservé que un cazador me rodeaba con su mascota hiena. El primero de ellos comenzó a invocar unas artes druídicas que hicieron brotar de la tierra unas raices que pronto atraparon mis pies. Atónito ante ese ataque tuve que pensar en una escapatoria con presteza, antes de que se abalanzara hacia mí el cazador que acechaba mi sombra y acabara siendo el banquete de los hombres-cerdo. Con mi maza destroce aquellas extrañas raices y comencé a correr hacia una montaña del norte. La mascota del cazador no vaciló en seguirme, pero eso era justamente lo que pretendía. Con todas las fuerzas que podía reunir me acerqué hasta unos matorrales. Justo al llegar me asaltó una leona que rugía con furia ante mi intromisión en su territorio. Al mismo tiempo, ya podía sentir el aliento de la hiena de los hombres-cerdo en mi cuello. Con toda la sangre fría que pude reunir esperé hasta el momento justo y lancé una carga de dinamita que aturdió a los dos animales durante unos segundos preciosos, que aproveché para esconderme en los matorrales.

Tras esos segundos de desconcierto, la leona y la hiena se hallaban frente a frente y fue entre ellas la batalla que amenazaba mi vida. Mientras aquellos animales luchaban por su supervivencia, me apresuré a escalar la montaña, antes de que los hombres-cerdo se percataran de esta treta. Por fortuna, consideraron que mi vida no valía lo suficiente como para adentrarse en territorio de leones y decidieron volver a su asentamiento. Por mi parte, continué escalando aquella montaña hasta que consideré que me hayaba en un lugar seguro en el que descansar y planificar mi continuación del viaje.
De madrugada y bajo el amparo de las estrellas, reanudé mi marcha esperando que la oscuridad me ocultara de los hombres-cerdo. Afortunamente, el plan funcionó y casi al alba alcancé El Cruce en donde, antes de comenzar a ayudar a los locales, decicdí darme un día de descanso para reponerme del arduo viaje.

(continuará...)

sábado, 17 de enero de 2009

El encuentro en el bosque

¡Saludos Oradores!
Tras mi precipitada caída desde el zeppelín me encontraba confuso y aturdido. Era la primera vez que veía aquél desolado bosque antaño hogar de la vanidad y orgullo humano. Por fortuna conseguí vislumbrar algunas lejanas luces en el horizonte que parecían presagiar la presencia de una pequeña aldea. Salvo Entrañas, apenas conocía nada más de la geografía deformada por la guerra del lugar, pero consciente de que era terreno aliado, avancé confiado hacia la población.

Apenas me quedaban unos metros por recorrer cuando desde la tenebrosidad del bosque apareció una figura impía y aterradora. Ante se alzaba un enviado de la Legión Ardiente, el mayor de los horrores que mi raza había conocido. Este ser estaba recubierto por un aura de muerte y corrupción. Su poder se sentía como una cuchilla en el cuello o una lengua bífida susurrando al oído. Sus vestimentas iban adornadas por calaveras, quizá de alguna víctima cuya esencia había consumido para aumentar su poder. Más aún, este despreciable ser se acompañaba por un pequeño demonio de mirada penetrante que dejaba tan solo tierra yerma y marchita con cada paso. El diminuto diablillo chapurreaba una lengua que preferí ni intentar entender y que parecía sentenciar mi existencia.

Paralizado de miedo vi como poco a poco se acercaba a mí. Casi había asumido mi muerte (ciertamente triste vistos los antecedentes de cómo llegué hasta ahí), cuando me dijó con voz afable:
- Curioso lugar para encontrar un orco, ¿cómo os habéis encontrado en tan lejano lugar, caballero orco?
- Pues... caí del zeppelín. -Contesté tras sentir cierto alivio al comprender que mi muerte estaba reservada para un futuro más lejano.

El cortés no-muerto mostró su rostro y se presentó como sirviente de la reina Banshee, Sylvanas. Me explicó que había acudido al bosque para recoger algunos minerales que usaba en su taller de joyería, cuando vió algo caer del zeppelín y se acercó a ver si podía ayudar en algo. Así pues, se ofreció a acompañarme hasta Rémol, la aldea que había visto en la lejanía, no sin antes haberme aliviado las heridas con unos vendajes que aplicó con gran maestría en los primeros auxilios.

Una vez en Rémol decidí invitar a mi nuevo amigo a una copiosa cena en la taberna (aunque padecía por ver que quizá tuviera algún agujerillo por el estómago). Una vez allí quise conocer un poco más sobre por qué había un brujo que no era esclavo de Sargeras, algo que ciertamente me inquietaba desde que lo vi.
- ¿Cómo es posible que un siervo de Sylvanas y amigo de la Horda domine las artes oscuras de la brujería?
- Amigo orco, -contestó con tono condescendiente- joven sois aún y poco parecéis conocer de este mundo. Este arte que conocéis como oscuro no lo es por su origen sino por su uso. Al igual que un cuchillo puede dar muerte a un ser querido o al ganado que coronará un banquete, mi magia no es oscura puesto que sirve para que la oscuridad de Sargeras o Ner'zul no alcance estas tierras.
- Así pues, ¿no rendís culto a Sargeras? -Comenté con cierta sorpresa.
- Por supuesto que no. -Afirmo junto a una carcajada- Mi señora es Sylvanas y a ella debo lealtad. Los demonios son mis siervos y esclavos y no sois vos, amigo orco, quien debe temer por su presencia, sino ellos ante mi cólera. Aunque me sirva de su poder, saben bien que su vida depende de mi voluntad.

Esta conversación me abrió un poco los ojos sobre el mundo. Me di cuenta de que había muchas cosas que aún desconocía de Azeroth y me propuse adentrarme un poco más en sus vivencias. Por ello decidí regresar a Orgrimmar para desde allí partir hacia Los Baldíos, lugar con grandes cicatrices de batallas pasadas y en el que no son pocas las razas que conviven.

De esta manera, tomé el zeppelín (ya plenamente operativo) para regresar a Orgrimmar. Antes, me despedí de mi nuevo amigo no-muerto, con el que había tenido el placer de compartir un par de días y que tuvo la deferencia de mostrarme la gran ciudad subterránea de Entrañas, en donde pude saber que a este poderoso brujo todo el mundo le conocía y respetaba como Keldar.

martes, 13 de enero de 2009

El orco con gafas

¡Saludos Oradores!

Tiempo ha desde que comencé mis aventuras en este mundo recubierto de cicatrices y abrasado por batallas. A lo largo de mi vida he visto cosas sorprendentes que mis retinas apenas han podido tallar y sentido un abanico de emociones más allá de lo que los elementos pueden contarme. Pero este humilde chamán no está aquí para aburrir al lector con tontas historias de sobra recogidas por el glosario de libros que los escribas de Dalaran han redactado, sino más bien para aderezar la historia de la Horda con unas cuantas anecdotas de un orco que ha conseguido destacar entre sus coetáneos por sus inconfundibles gafas.

Mi historia, la del orco Senkyoshi, y como la de tantos otros orcos, radica sus recuerdos en algún difícilmente ubicable campamento de reclusión alianza. Debido a la fragilidad y debilidad de esas gominolas de carne llamadas gnomos, los orcos eramos en ocasiones requeridos como mano de obra, merced a nuestra fuerza bruta, en sus creaciones. Así es como comencé a familiarizarme con la ingeniería. Los gnomos, con esa cabecita de melocotón que tienen, ni por asomo creyeron que podía un orco albergar el menor atisbo de inteligencia. De esa manera no ocultaron secreto alguno de sus injvenciones mientras usaban mis dotes en sus talleres. Así pues recibí un cursillo acelerado de ingeniería gnoma que me fue de lo más útil a lo largo de mi vida.


Tras la liberación y todo el rollo este de la marcha a Kalimdor y la 3ª Guerra (la que era contra el cabeza-calamar demonio) se vivió un breve periodo de calma chicha, porque la Horda aún no ha incluído la palabra paz en el diccionario. Fue en ese momento cuando se me presentó la oportunidad de pasar de un simple peón de Orgrimmar a ingeniero de transportes de la horda. Con la llegada de los nuevos aliados, los Renegados, Thrall creyó conveniente construir una línea aérea hasta Entrañas (al parecer lo de partir medio continente para que llegara un barquito se salía del presupuesto).

Visto que los orcos muy mañosos no eran, nuestro querido jefe de guerra tuvo que pedir ayuda a los goblins de Trinquete para crear la red de Zeppelines. Éstos no dudaron en ayudarnos (sablarnos) en tan gloriosa labor, pero la Horda creyó conveniente incluir algunos voluntarios en el proyecto para no abusar de la voluntariedad (evitar que nos sacaran hasta el riñón) de los orejones verdes. Así que no lo dudé y me presenté voluntario. De esta manera comencé a labrarme un nombrecito entre la Horda y se me abrió la posibilidad de volver a visitar mi antiguo continente.

Tras meses de mucho trabajo se terminaron las torres de Durotar y Entrañas y el primer zeppelín estaba listo para partir. En este glamuroso primer vuelo estuve invitado para ver el recorrido desde la cubierta, honor que acepté con mucho gusto. Tuve que reconocer que quedé muy impresionado por la obra de la ingeniería goblin y de ver cómo se había dado un magno paso en el desarrollo de las comunicaciones de ese mundo, tanto como ver que la ruta del zeppelín había sido torpemente trazada para sobrevolar la tumba de Sargeras. En este detalle no cayeron muchos de los tripulantes y creí que era mejor idea que pensaran que eran islas de placer. Ya me reiría luego si se montaban un crucerito que hiciera escala allí.

Tras unas horas de viaje por fin llegamos a Entrañas, en donde se nos recibió con gran alborozo. O al menos eso es lo que me pareció desde lo lejos, ya que al asomarme un tanto en exceso por el zeppelín caí en picado al suelo en donde quedé muy malherido. Pensé que con una mejor armadura y más entrenamiento me habría hecho menos daño, pero recordé de las lecciones de ingeniería gnoma que la gravedad hace un daño proporcional a tu complexión (¿eh?). Y es en aquel desolado bosque cercano a Rémol en donde encontré a un peculiar no-muerto. Pero esto lo dejaré para otro día...

PD: Las gafas las llevo para evitar que las virutas me salten a los ojos mientras trabajo. Era obvio, ¿no?