¡Saludos Oradores!
Tras largas horas de trabajo Keldar había llegado a una clara conclusión: la sangre era de un señor del foso, pero no de Mannoroth. Esta revelación perfilaba un turbio paisaje en la mente del brujo que no sabía muy bien cómo interpretarla. Desde luego era un alivio saber que Mannoroth no podía volver de los infiernos, pero no era alivio saber que otro brutal cacique demoníaco acechaba las tierras de Kalimdor y amenazaba toda la vida.
Sin embargo, Keldar era consciente de que algo no encajaba para nada. La llegada a nuestro mundo de un señor del foso no es algo que se pueda hacer sin levantar cierto revuelo. No se trata de beleño a través del oído sino que las gentes de Kalimdor en su totalidad se envolverían en una vorágine de odio y destrucción. Ocultar algo así requiere de mucho ingenio y el brujo no lograba entender cómo alguien se las habría ingeniado para urdir tal hazaña, pero esas pesquisas iban más allá de sus tareas en Vallefresno.
Con el trabajo cumplido, el enviado de Entrañas creyó conveniente retirarse al fin al asentamiento local de la Horda. Probablemente se encontraría allí con sus compañeros Bancuro y Senkyoshi y les podría poner al día de sus descubrimientos. Además, no le hubiera costado mucho reconocer que estaba deseando salir ya de aquel lugar tan amenazador y que durante días había alertado sus sentidos como si le atacaran cuchillas afilada.
Conforme se alejaba de la tumba impía, veía como el lúgubre paisaje se bañaba por la luz argentea de Vallefresno. Ya podía vislumbrar el final de aquel angosto cañón de rocas infernales que por poco no representaba más la boca de una cueva. Justo antes de atravesar ese punto, Keldar pudo oír un pequeño desprendimiento que provenía de lo alto de la ladera. Alertado, el brujo quiso girarse para comprobar que podía ser, pero cayó inconsciente antes siquiera de ver a su atacante.
Tras largas horas de trabajo Keldar había llegado a una clara conclusión: la sangre era de un señor del foso, pero no de Mannoroth. Esta revelación perfilaba un turbio paisaje en la mente del brujo que no sabía muy bien cómo interpretarla. Desde luego era un alivio saber que Mannoroth no podía volver de los infiernos, pero no era alivio saber que otro brutal cacique demoníaco acechaba las tierras de Kalimdor y amenazaba toda la vida.
Sin embargo, Keldar era consciente de que algo no encajaba para nada. La llegada a nuestro mundo de un señor del foso no es algo que se pueda hacer sin levantar cierto revuelo. No se trata de beleño a través del oído sino que las gentes de Kalimdor en su totalidad se envolverían en una vorágine de odio y destrucción. Ocultar algo así requiere de mucho ingenio y el brujo no lograba entender cómo alguien se las habría ingeniado para urdir tal hazaña, pero esas pesquisas iban más allá de sus tareas en Vallefresno.
Con el trabajo cumplido, el enviado de Entrañas creyó conveniente retirarse al fin al asentamiento local de la Horda. Probablemente se encontraría allí con sus compañeros Bancuro y Senkyoshi y les podría poner al día de sus descubrimientos. Además, no le hubiera costado mucho reconocer que estaba deseando salir ya de aquel lugar tan amenazador y que durante días había alertado sus sentidos como si le atacaran cuchillas afilada.
Conforme se alejaba de la tumba impía, veía como el lúgubre paisaje se bañaba por la luz argentea de Vallefresno. Ya podía vislumbrar el final de aquel angosto cañón de rocas infernales que por poco no representaba más la boca de una cueva. Justo antes de atravesar ese punto, Keldar pudo oír un pequeño desprendimiento que provenía de lo alto de la ladera. Alertado, el brujo quiso girarse para comprobar que podía ser, pero cayó inconsciente antes siquiera de ver a su atacante.
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Bancuro y yo cabalgábamos prestos a través de Vallefresno. Éramos conscientes de que quizá nos habíamos demorado en exceso, por lo que avanzamos sin tomar ninguna precaución ante una posible emboscada de los elfos, confiados quizá en que no osarían abrir un conflicto en su propio suelo frente a la Horda. Los fuertes contrastes de luz y sombra me dificultaban bastante la visión. Sumado a la velocidad de la montura, conformaba un estereograma de inquietantes siluetas que parecían amenazar nuestra marcha. Lejos de preocuparse por el entorno, Bancuro parecía más determinado a reunirse con Keldar.
Decidí dejar de preocuparme tanto por mi imaginación y centrarme más en seguir el fuerte ritmo que mi compañero guerrero había impreso en su montura. Sin embargo, poco antes de alcanzar la tumba de Grom, Bancuro se detuvo en seco y me susurro levemente: "prepárate, nos observan".
Decidí dejar de preocuparme tanto por mi imaginación y centrarme más en seguir el fuerte ritmo que mi compañero guerrero había impreso en su montura. Sin embargo, poco antes de alcanzar la tumba de Grom, Bancuro se detuvo en seco y me susurro levemente: "prepárate, nos observan".
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Keldar fue rápidamente despertado de su sopor mediante una certera puñalada en el costado. Instintivamente puso tierra de por medio frente a su rival al penetrar en su mente con un poderoso hechizo que obligó a su atacante a huir aterrorizado. El brujo aprovechó esos preciados segundos para reaccionar y prepararse. Por desgracia, la herida que le habían provocado estaba envenenada y su vista comenzó a nublarse, lo que le dejaba muy pocas cartas en la mano para contratacar.
Lo primero que hizo fue analizar a su rival. No era otra cosas sino una humana que, a juzgar por su repentino ataque, habría sido instruida en las artes del sigilo y el asesinato de los pícaros. Llevaba una melena corta, lisa y rojiza que dejaba despejado su rostro. Sus ojos mostraban ira y crueldad. Si bien la segunda era una cualidad común entre los pícaros, no la primera, por lo que supo que era un rival poco habitual. En sus manos empuñaba dos finas dagas de las que goteaba un denso y viscoso veneno. Además, iba vestida con un ajustado traje de cuero pensado para no estorbar sus certeros golpes.
De repente, la humana se envolvió en un halo de oscuridad que repelió el ataque psíquico de Keldar. Esta repentina contramedida sorprendió al no-muerto que apenas había tenido un par de segundos para prepararse. Contemplando como su oponente se acercaba a él salvajemente no tuvo otra cosa que hacer que musitar para sí mismo: "tengo pocas opciones".
Lo primero que hizo fue analizar a su rival. No era otra cosas sino una humana que, a juzgar por su repentino ataque, habría sido instruida en las artes del sigilo y el asesinato de los pícaros. Llevaba una melena corta, lisa y rojiza que dejaba despejado su rostro. Sus ojos mostraban ira y crueldad. Si bien la segunda era una cualidad común entre los pícaros, no la primera, por lo que supo que era un rival poco habitual. En sus manos empuñaba dos finas dagas de las que goteaba un denso y viscoso veneno. Además, iba vestida con un ajustado traje de cuero pensado para no estorbar sus certeros golpes.
De repente, la humana se envolvió en un halo de oscuridad que repelió el ataque psíquico de Keldar. Esta repentina contramedida sorprendió al no-muerto que apenas había tenido un par de segundos para prepararse. Contemplando como su oponente se acercaba a él salvajemente no tuvo otra cosa que hacer que musitar para sí mismo: "tengo pocas opciones".
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Una docena o quizá más. Ese era el número de las criaturas diabólicas que habían bloqueado tanto el avance al cañón como la vía de escape. A juzgar por sus rasgos principales, era sátiros. Francamente me hayaba aterrorizado, pues hasta ahora había luchado con bestias de este mundo y aquellos horrores escapaban a la comprensión de mi mente. Afortunadamente, Bancuro mantenía una actitud firme y decidida y al contemplar al campeón de la Horda supe que no podíamos perder y decidí entregarme en el combate.
Bancuro estaba algo extrañado de esa emboscada. Si bien los sátiros no eran unas alimañas cualquiera, su capacidad ofensiva era escasa como para tejer esa estrategia. Sin embargo, lo que realmente escamaba al guerrero era qué hacían allí. Los sátiros eran criaturas muy territoriales y casi nunca se las había visto lejos de sus santuarios demoníacos que guadaban con recelo. Una maniobra hostil como aquella era sinónimo de que algo peor estaba detrás, lo que convenció a Bancuro de que su compañero brujo corría peligro si no se apresuraban.
- Senkyoshi, esto va a ser muy rápido -dijo el tauren-, si no quieres morir será mejor que pongas en práctica tu magia porque no te estaré cuidando como a un bebé.
- No se preocupe, estoy preparado -respondí casi obligado ante el arrojo de Bancuro.
Antes de que los sátiros pudieran dar el primer paso, lancé un potente choque de energía de naturaleza contra uno de ellos, que cayó fulminado en el acto. Comprobar en combate real el gran alcance de mis nuevos poderes me acababa de dar la confianza necesaria para borrar mis miedos iniciales. Tras el chispazo, Bancuro lanzó un desgarrador grito de batalla y se abalanzó contra los sátiros.
Cada movimiento de su portentosa arma era una vida demoníaca que segaba. Los sátiros no respondían a las expectativas de su emboscada y atacaban con muchos flancos abiertos y desorden. Practicamente se podía decir que se iban estrellando uno a uno contra el hacha de Bancuro. Por mí parte, aunque más limitado en mis capacidades de combate, no tuve problemas para derribar con mi magia a otro de los sátiros, aunque un tercer sátiro que me atacó por la espalda tuvo que ser despachado con un certero mazazo en el cráneo.
La pelea resultó mucho más fácil de lo que habría imaginado. Puede que los sátiros fueran débiles, pero sin duda que me sentía pletórico de poder. Mientras me quedaba embelesado por mis pensamientos de gloria vi como Bancuro no se quedó a celebrar nada. Retomó de nuevo las riendas de su montura y partió raudo hacia el cañón.
- No te encantes y date prisa -me gritó mientras se alejaba-. Esto no era una emboscada, sólo nos querían retener. Keldar está en peligro.
Bancuro estaba algo extrañado de esa emboscada. Si bien los sátiros no eran unas alimañas cualquiera, su capacidad ofensiva era escasa como para tejer esa estrategia. Sin embargo, lo que realmente escamaba al guerrero era qué hacían allí. Los sátiros eran criaturas muy territoriales y casi nunca se las había visto lejos de sus santuarios demoníacos que guadaban con recelo. Una maniobra hostil como aquella era sinónimo de que algo peor estaba detrás, lo que convenció a Bancuro de que su compañero brujo corría peligro si no se apresuraban.
- Senkyoshi, esto va a ser muy rápido -dijo el tauren-, si no quieres morir será mejor que pongas en práctica tu magia porque no te estaré cuidando como a un bebé.
- No se preocupe, estoy preparado -respondí casi obligado ante el arrojo de Bancuro.
Antes de que los sátiros pudieran dar el primer paso, lancé un potente choque de energía de naturaleza contra uno de ellos, que cayó fulminado en el acto. Comprobar en combate real el gran alcance de mis nuevos poderes me acababa de dar la confianza necesaria para borrar mis miedos iniciales. Tras el chispazo, Bancuro lanzó un desgarrador grito de batalla y se abalanzó contra los sátiros.
Cada movimiento de su portentosa arma era una vida demoníaca que segaba. Los sátiros no respondían a las expectativas de su emboscada y atacaban con muchos flancos abiertos y desorden. Practicamente se podía decir que se iban estrellando uno a uno contra el hacha de Bancuro. Por mí parte, aunque más limitado en mis capacidades de combate, no tuve problemas para derribar con mi magia a otro de los sátiros, aunque un tercer sátiro que me atacó por la espalda tuvo que ser despachado con un certero mazazo en el cráneo.
La pelea resultó mucho más fácil de lo que habría imaginado. Puede que los sátiros fueran débiles, pero sin duda que me sentía pletórico de poder. Mientras me quedaba embelesado por mis pensamientos de gloria vi como Bancuro no se quedó a celebrar nada. Retomó de nuevo las riendas de su montura y partió raudo hacia el cañón.
- No te encantes y date prisa -me gritó mientras se alejaba-. Esto no era una emboscada, sólo nos querían retener. Keldar está en peligro.
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El fuego intenso se reflejaba en sus ojos. El filo de sus dagas reflejaba la plateada luz que provenía del cielo. Esas luces eran como señales que enviaban a Keldar para que se preparará para otra vida. Mientras los segundos trancurrían lentamente y la distancia entre sus dagas y Keldar se recortaban, el brujo tuvo tiempo para darse cuenta de algo evidente. Si esa ladrona había permanecido varios días al acecho, era más que probable que tuviera algo que decir respecto al asunto de la sangre de demonios, por lo que era de vital importancia cogerla viva, aunque dada la situación, no se sabía muy bien quién iba a acabar como abono.
La humana llegó a la posición de Keldar y su daga se abalanzó al cuello del no-muerto como una flecha. La afilaza punta de acero estaba a escasos centímetros del brujo y éste seguía sin reaccionar. La pícara pensó que su rival había sido lo suficientemente sensato como para aceptar lo inevitable y aguardaba la estocada final con paz. Aunque le repugnaba esa actitud, siempre era de agradecer no ensuciarse en exceso. Craso error.
Una sonrisa se dibujaba en la cara de Keldar mientras tranquilamente bajaba el arma de la humana que había llegado a rozar su cuello. Atónita, la pícara se encontraba totalmente paralizada mientras veía con asombro como el brujo le había ganado la partida de pleno. Por detrás se veía la figura de la sucubo de Keldar, que había permanecido oculta entre las sombras esperando el momento precido para asestar el golpe fatal a la humana. Con su magia, ahora la sucubo tenía totalmente paralizada la voluntad de la ladrona, que comenzó a sudar de terror.
- Hagámos esto rápido, se lo ruego señorita -dijo Keldar mientras mantenía la sonrisa-. Sabrá que como brujo puedo torturarla durante horas si no se muestra colaborativa y, francamente, preferiría no tener que aguantar sus gritos.
- ¿Qué quieres? -dijo la humana, resignada.
- Primera pregunta. ¿Quién es usted?
- Soy Naan, una mercenaria de los mares de Azeroth.
- ¿De veras? Porque yo no veo mucho mar y me intriga lo que una pirata pueda hacer en esta tierra yerma.
- Me contrataron para matarte -afirmo con aires de derrota.
- ¿Y a quién debo el honor de tal encargo? -añadió Keldar, mientras un desagradable presentimiento se apoderaba de él.
- No lo sé -dijo Naan mientras apartaba la mirada.
En ese momento Keldar alzó su mano mientras concentraba en ella energía de las sombras. Esperaba que esta amenaza fuera suficiente para aclarar la memoria de la humana. La tortura era un trabajo con el que estaba familiarizado, pero era verdad que no lo disfrutaba.
- ¡Espera! -gritó Naan-. Hablaré.
- ¿Y bien? ¿Quién está detrás de todo esto? -preguntó con insistencia el brujo.
- Sabes, -comenzó a decir la pícara con extraña alegría- para ser no-muerto no estás nada mal.
Justo en ese instante Naan utilizó una especie de insignia que portaba en su mano izquierda, mientras que con un rápido movimiento, casi imperceptible por el ojo, logró situarse a la espalda de Keldar.
- ¿Cómo has conseguido..? -dijo el no-muerto mientras su frase se veía cortada por la sensación punzante de un puñal en su espalda.
- Lo siento, pero yo gano -sentenció Naan.
La daga penetró unos centímetros en el cuerpo de Keldar cuando una fuerte explosión interrumpió el fatal desenlace. Desde los lejos, Bancuro comenzó a disparar de manera disuasoria a la humana con la esperanza de que valorase más su vida que terminar el trabajo. Tras herir grave, aunque no mortalmente al brujo, Naan maldijo su suerte y se apresuró a emprender la huída.
- ¡Que... que no esca... pe! -alertó Keldar intentando soportar el dolor de su herida.
Bancuro intentó detenerla con su hacha, pero la ladrona esquivó con gran prodigio las acometidas del guerrero. El tauren pensó que se burlaban de él, pero no pudo hacer otra cosa sino ver como le daba esquinazo y se apresuraba a abandonar el cañón. Justo allí la esperaba yo para cerrarle toda opción de huída. Aún así la humana vino directa hacia mí. No sabía muy bien cómo detenerla, pero algo debía hacer, así que me preparé para lanzar una potente descarga de relámpagos.
En el mismo instante que iba a atacarla desapareció en una nube de humo y no dejó el menor rastro hasta que pasando por mi costado me empujó contra las rocas mientras decía: "quita de ahí, pasmado".
- ¿¡Pero qué co...!? -grité con impotencia.
- De... prisa, Bancu.. ro. Debe... mos seguirla. -insistió Keldar pese a su agonía.
Bancuro cargó con el flaqueante cuerpo de Keldar y cogió su montura. De modo mimético hice lo propio y nos preparamos para dar caza a Naan.
(continuará...)
PD: Se ha actualizado la BSO de las Sombras
La humana llegó a la posición de Keldar y su daga se abalanzó al cuello del no-muerto como una flecha. La afilaza punta de acero estaba a escasos centímetros del brujo y éste seguía sin reaccionar. La pícara pensó que su rival había sido lo suficientemente sensato como para aceptar lo inevitable y aguardaba la estocada final con paz. Aunque le repugnaba esa actitud, siempre era de agradecer no ensuciarse en exceso. Craso error.
Una sonrisa se dibujaba en la cara de Keldar mientras tranquilamente bajaba el arma de la humana que había llegado a rozar su cuello. Atónita, la pícara se encontraba totalmente paralizada mientras veía con asombro como el brujo le había ganado la partida de pleno. Por detrás se veía la figura de la sucubo de Keldar, que había permanecido oculta entre las sombras esperando el momento precido para asestar el golpe fatal a la humana. Con su magia, ahora la sucubo tenía totalmente paralizada la voluntad de la ladrona, que comenzó a sudar de terror.
- Hagámos esto rápido, se lo ruego señorita -dijo Keldar mientras mantenía la sonrisa-. Sabrá que como brujo puedo torturarla durante horas si no se muestra colaborativa y, francamente, preferiría no tener que aguantar sus gritos.
- ¿Qué quieres? -dijo la humana, resignada.
- Primera pregunta. ¿Quién es usted?
- Soy Naan, una mercenaria de los mares de Azeroth.
- ¿De veras? Porque yo no veo mucho mar y me intriga lo que una pirata pueda hacer en esta tierra yerma.
- Me contrataron para matarte -afirmo con aires de derrota.
- ¿Y a quién debo el honor de tal encargo? -añadió Keldar, mientras un desagradable presentimiento se apoderaba de él.
- No lo sé -dijo Naan mientras apartaba la mirada.
En ese momento Keldar alzó su mano mientras concentraba en ella energía de las sombras. Esperaba que esta amenaza fuera suficiente para aclarar la memoria de la humana. La tortura era un trabajo con el que estaba familiarizado, pero era verdad que no lo disfrutaba.
- ¡Espera! -gritó Naan-. Hablaré.
- ¿Y bien? ¿Quién está detrás de todo esto? -preguntó con insistencia el brujo.
- Sabes, -comenzó a decir la pícara con extraña alegría- para ser no-muerto no estás nada mal.
Justo en ese instante Naan utilizó una especie de insignia que portaba en su mano izquierda, mientras que con un rápido movimiento, casi imperceptible por el ojo, logró situarse a la espalda de Keldar.
- ¿Cómo has conseguido..? -dijo el no-muerto mientras su frase se veía cortada por la sensación punzante de un puñal en su espalda.
- Lo siento, pero yo gano -sentenció Naan.
La daga penetró unos centímetros en el cuerpo de Keldar cuando una fuerte explosión interrumpió el fatal desenlace. Desde los lejos, Bancuro comenzó a disparar de manera disuasoria a la humana con la esperanza de que valorase más su vida que terminar el trabajo. Tras herir grave, aunque no mortalmente al brujo, Naan maldijo su suerte y se apresuró a emprender la huída.
- ¡Que... que no esca... pe! -alertó Keldar intentando soportar el dolor de su herida.
Bancuro intentó detenerla con su hacha, pero la ladrona esquivó con gran prodigio las acometidas del guerrero. El tauren pensó que se burlaban de él, pero no pudo hacer otra cosa sino ver como le daba esquinazo y se apresuraba a abandonar el cañón. Justo allí la esperaba yo para cerrarle toda opción de huída. Aún así la humana vino directa hacia mí. No sabía muy bien cómo detenerla, pero algo debía hacer, así que me preparé para lanzar una potente descarga de relámpagos.
En el mismo instante que iba a atacarla desapareció en una nube de humo y no dejó el menor rastro hasta que pasando por mi costado me empujó contra las rocas mientras decía: "quita de ahí, pasmado".
- ¿¡Pero qué co...!? -grité con impotencia.
- De... prisa, Bancu.. ro. Debe... mos seguirla. -insistió Keldar pese a su agonía.
Bancuro cargó con el flaqueante cuerpo de Keldar y cogió su montura. De modo mimético hice lo propio y nos preparamos para dar caza a Naan.
(continuará...)
PD: Se ha actualizado la BSO de las Sombras
x, que no haces un libro????.
ResponderEliminarpodrías publicarlo
Soy poco disciplinado para el ritmo de trabajo que exige un libro.
ResponderEliminarya sera para menos
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