martes, 20 de enero de 2009

Guerreros a cuatro patas

¡Saludos Oradores!

Tras mi accidentado paso por Los baldíos, había llegado al fin a El Cruce. El pueblecito fue construido casi a la par con Orgrimmar para asegurar la ruta terrestre a Mulgore. Pero estas vanalidades históricas poco me importaban en ese momento. Las jornadas habían sido difíciles, de modo que decidí tomarme un merecido descanso en la taberna local. La taberna estaba regentada por una atractiva trol de larga y plateada melena. Pese a que no se puede decir que estuviera gozando de la flor de la vida, los años la habían perdona y premiado con un cierto halo descaro que la seguían manteniendo codiciada por muchos de los parroquianos. Mayor fue la sorpresa al percatarme que la tabernera no era otra sino una antigua amiga, Oniris, que durante la 3ª guerra había luchada curando a los heridos.

- Cuánto tiempo sin verte, Senkyoshi. ¿Qué trae a un orco fornido como tú por mi tabernilla? -me dijo mientras me guiñaba un ojo.
- He decidido ver mundo y ver si podía echar una mano en El Cruce con los centauros -expliqué escuetamente-. Veo que los años te han tratado muy bien.
- Ya sabes, los remedios caseros de los trols nunca fallan -apunto mientras me temía que, como antaño, comenzara a enrollarse a contar sus romances-. Una cabeza de ajo restregada por la cara, boniatos cocidos ahumados en las fosas nasales, reducción de cabeza...

Antes de que mi cabeza se encontrara en shock, desconecté brevemente de la conversación mientras me arrepentía de haber indagado en un tema que resultó tan peligroso. Momentos después, Oniris me sacó del más allá con un jarrazo en la sesera.

- Encanto, -dijo con un tonillo socarrón- sigues despitándote con las musarañas como hace años. Me alegro mucho de verte.

Tras esta frase se dirigió a atender a otro cliente. Me di cuenta de que me caía un hilillo de sangre de la cabeza, prueba irrefutable que que la tabernera era tan hermosa como basta. No obstante, era agradable reencontrarse con una vieja amiga lejos del hogar.

Tras la agradable (pese a los posteriores mareos y los puntos de sutura) noche en la taberna dormí largo y tendido hasta bien entrado el día siguiente. Ya había perdido el día anterior tontamente y era el momento de ponerse manos a la obra de nuevo. Comencé preguntando a los locales un poco sobre la situación. Un cazador local me comentó que había notado que la agresividad de los centauros asentados hacia el norte había aumentado notablemente en las últimas semanas. Al parecer, los centauros siempre habían sido terriblemente territoriales, pero nunca se habían abalanzado de un modo tan imprudente y salvaje frente a las defensas de la Horda. Igualmente me comentó que nadie había hecho nada para provocar esta ira repentina y que los intentos de diálogo se habían cerrado con cabezas cortadas.

Ansioso de curiosidad por tan insólito hecho, decidí seguir indagando más. Para ello solicité entrevistarme con el capitán de las fuerzas de El Cruce. Aunque reacio ya que tenía muchos asuntos que atender, accedió a verme, quizá con la esperanza de que pudiera aportar algo de luz sobre el asunto, aunque lamentablemente para él no fuera el caso. Con tono altivo y claras muestras de querer acabar cuanto antes me explicó que sólo el asentamiento de Las Charcas del Olvido se había tornado tan agresivo y que dicho cambio no respondía a provocación alguna. Al mismo tiempo comentóq eu la solución estaba próxima, pues había solicitado ayuda a Cima del Trueno para lidiar con el problema cuanto antes, ya que bastantes problemas daba la alianza y el resto de centauros como para permitir que se desbocara la situación.

Prestamente despedido de la reunión, pedí permiso a los guardias para unirme como voluntario a la avanzada de la Horda frente a los centauros de las Charcas del Olvido y me dirigí hacia allí. Desde la lejanía ya se podía oir el sonido del acero chocando y los altrabuces disparados. El olor férreo de la sangre comenzaba a invadir el ambiente y el polvo se entremezclaba con el fuego creando una brisa letal. Sin demora me puse a las órdenes del oficial al mando que, bastante reacio al ver que no tenía las pintas de un guerrero ni mucho menos, me animó a incorporarme al frente para frenar el ataque de los centauros, mientras los cazadores los derribaban desde la distancia.

Con todo el coraje del mundo que pude reunir me abalancé hacia la primera línea de batalla. Mi inseguridad me hacía sostener mi maza con tanta fuerza que casi me sangraba la palma de la mano. Aún así contagiado por la virulencia de la batalla comencé a sestar certeros golpes contra los centauros. Por mi izquierda se me avalanzó el primer centaro. Logré repeler su lanza con el escudo y gané tiempo para atacar con mi maza. De un fuerte golpe quebré una de sus patas delanteras y logré postrar a mi enemigo, aunque antes de poder rematarlo una flecha fue la que acabó con el. Esta victoria momentánea me animó sobremanera y mientras la sangre de mis enemigos me dotaba de fuerzas, grité con todas mis fuerzas para amedrentar a los rivales.

Nuevamente me hallé frente a frente con un centauro. Mis manos ya no temblaban y mi escudo se mantenía firme ante sus embestidas. En mi defensa logré localizar sus puntos flacos que utilicé para derribarlo y acabar con su vida. Me dejé llevar por la locura de la muerte, me sentía invencible y rompí la línea para pasar al ataque en solitario. La fuerza de mi carrera basto para que con una embestida de mi escudo cayera al suelo un centauro defensor mientras me preparaba para seguir machacando los frágiles huesos de los hombres caballo. No tardé en darme cuenta de lo grave de mi error, pues pronto em vi rodeado por varios centauros y mis habilidades estaban lejos de superar una lucha en desventaja. La fría realidad atenazó nuevamente mis músculos y volví a embutirme en la piel del cobarde orco que tuvo que escapar de unos hombres-cerdo. Ahora me hallaba asediado por centauros, enemigos mucho más fieros y poderosos y no había escapatoria posible.

A la vez que mi escudo se quebraba ante los embates de mis asaltantes. Varios centauros se las habían ingeniado para rodear las defensas hordas. Desde la lejanía, y a salvo de los cazadores de la Horda, invocaron nubes tormentosas que comenzaron a golpear con virulencia nuestra retaguardia. Nunca había visto que la naturaleza pudiera ser invocada de esa manera. Por momentos creí sentir que la tierra gritaba mientras caían los truenos, pero los golpes de los centauros me sacaron de mi obnubilación.

La situación se había tornado muy oscura. Yo me hallaba acorralado, exhausto y sin ningún as en la manga. Nuestra defensa se desmoronaba pues mientras perecían los cazadores, los asaltantes de Las Charcas del Olvido cargan ferozmente a los soldados que se hayaban desprotegidos. De pronto, la batalla quedó interrumpida ante el zumbido de lejanos cuernos que se oían en el horizonte. Una estampida de kodos se dirigía velozmente hacia el campo de batalla mientras anunciaba su llegada con un cuerno cuyo sonido quebraba el viento. Rápidamente caí en la cuenta de que esos eran los refuerzos que se habían solicitado a Cima del Trueno. La caballería estaba liderada por un gran tauren negro. El tauren tenía una musculatura descomunal y de su espalda asomaba el mango de un arma de grandes magnitudes mientras. Su mirada era capaz de prender en llamas cualquier enemigo y los gritos de batalla que proclamaba tuvieron efecto inmediato en los centauros que comenzaron a replegarse.

El grueso de los refuerzos se dirigió a nuestra línea defensiva para dar cuenta de aquellos centauros que insensatamente proseguían su ataque y acabar con aquellos que habían emprendido su huída. Mientras tanto, el líder del grupo se aventuró en solitario hacia la defensa de los centauros. Se alzó de pie en su montura y se abalanzó de un salto sobre varios centauros que perecieron antes de tocar el suelo. Los centauros que amenazaban mi vida me ignoraron como quien ignora a un insecto por inofensivo y se abalanzaron sobre el tauren con la creencia de que más tarde darían cuenta de mí. La grandiosa arma del tauren había resultado ser una descumunal hacha que el guerrero manejaba con extrema destreza. Los centauros caían a pares con cada golpe del asaltante de Mulgore mientras este exclamaba: "¡Ha llegado vuestro fin cobardes!¡La furia de Bancuro caerá sobre vosotros!". El tauren que se autodenominó Bancuro lanzó un fuerte pisotón en el suelo que hizo caer en redondo a los centauros que aún huían. En ese mismo momento decidió dar por finalizado el combate al lanzarse girando sobre sí mismo con el hacha extendida hacia los ya pocos supervivientes centauro.

La calma se hizo dueña de La Charca del Olvido. Bancuro ordenó antender a los heridos y recomponer la defensa para prevenir un posible ataque a traición de los centauros. Mientras se retiraba del campo de batalla, se giró prontamente hacia un centauro con una gran herida abierta y comenzó a examinar su sangre. Su rostro comenzó a tornarse serio. En ese mismo instante, lanzó un gran grito:
- Tú, orco -dirigiéndose a mí-. Necesito que vengas de inmediato.

(continuará)

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